Juana Inés Dehesa / Plaza Valverde 60

AutorJuana Inés Dehesa

En la ciudad de México, la aparición de un bulldozer junto a un terreno vallado es tan temible como una roncha supurante: es un augurio espeluznante, un aviso de que algo terrorífico se está cocinando. No creo que haya chilango que se quede impune ante el ruido de las excavadoras; cual perros de Pavlov, en cuanto escuchamos el primer tra-ca-tra-ca-tra-ca-tra-ca-tra-ca, tartamudeamos, se nos nubla la vista y escurre por nuestra frente un hilo de sudor helado. En lo profundo de nuestros nublados corazones, sabemos que se avecinan el hoyo, el desastre vial y, en su caso, el flamante multifamiliar.

Eso fue, exactamente, lo que sucedió en mi colonia. Durante mucho tiempo estuvo en venta una casa en plena glorieta de Guadalupe Inn, sobre la Plaza Valverde, frente a una iglesia que tiene tanto estuco color pastel y es tan fea, que ya hasta resulta pintoresca. Pues bien, la casa en cuestión un buen día se vendió y de buenas a primeras los vecinos nos enteramos que se planeaba -se planea, ojo- erigir en su lugar un edificio de once pisos, contraviniendo absolutamente usos de suelo, normas ambientales de todos tipos, posesión de madre y sentido común del más primario.

Este hecho terrible fue el que me llevó a dedicarle mi tarde del martes pasado a una reunión de vecinos. Los miembros de la mesa directiva de la asamblea vecinal, que se ve que son más rijosos que Irma Serrano, convocaban a una reunión para informar de sus esfuerzos en contra de la construcción del edificio y para que entre todos pergeñáramos un plan de acción. Yo, tengo que decirlo, no destaco por mi enorme participación ciudadana: digamos que con ir al súper con mis propias bolsas y utilizar el transporte colectivo ya siento que me tendrían que...

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