Juego de contradicciones

AutorMauricio Bares

Un treintañero inmenso, sudoroso, con una camisa de leñador y una gabardina -coronadas por una gorra de caza cuyas orejeras tiesas apuntan a los lados- espera a su mamá en las puertas de una gran tienda, D.H. Holmes. El bufonesco oficial Mancuso lo encuentra sospechoso y lo cuestiona con intención de arrestarlo, pero el extravagante obeso resulta demasiado culto y contraataca: "Puedo acomedirme a discutir el problema del crimen con usted, mas no cometa el error de molestarme". Una pequeña multitud se reúne y alega. Sale la mamá. Un tal Robichaux defiende al gordo y culpa a los comunistas de todos los males de su sociedad, pero termina siendo el único detenido mientras Ignatius y su madre huyen corriendo. La conjura de los necios (o más literalmente La conjura de los tontos) inicia cuando Ignatius Reilly, sin darse cuenta, ha llevado su vida hacia la boca de un embudo. Así, con un hilarante pleito en el corazón de la excéntrica Nueva Orleans, comienza la novela de John Kennedy Toole.

Flannery O'Connor apuntó que cualquier obra del sur de Estados Unidos "le resultará grotesca al lector del norte; a menos que sea grotesca, en cuyo caso se le llamará realista".

La literatura es una cuestión de gusto, en primera y última instancia. En medio están los intentos por establecerle valores, por cuantificarla, medirla. Intentos inevitables; en ocasiones certeros; en otras, lamentables. Habiendo accedido a publicar esta novela en 1967, el editor reculó en el último momento: "Habla de todo, pero finalmente no habla de nada"... Fallaron sus unidades de medición. Un par de años después, el autor, de sólo 32 años, se asfixió conectando una manguera entre el escape y la ventana de su auto.

En el prólogo, Walker Percy narra parte de la larga travesía que siguió la copia en carbón del manuscrito hasta publicarse en 1980 y conseguir el Pulit- zer en 1981. Ahora muchos se preguntan: Si el autor no se hubiera suicidado, ¿le habrían otorgado el premio? Jamás lo sabremos. Lo que sí resulta increíble es que su posible primer editor haya sido incapaz de olfatear la aceptación que tendría el libro en todo el mundo. No cabe duda: la literatura también la escriben los tontos.

Es cierto que la novela habla de muchas cosas (todas lo hacen), pero, en efecto, habla de algo. Narra una espiral de eventos que Ignatius interpreta como giros inesperados de la diosa Fortuna. Desde la comodidad de su hogar, mantenido por su madre, tocando su laúd y tomando largos baños de tina...

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