Leer o morir / La señal

AutorGuadalupe Loaeza

Hace muchos años, en el taller de Elena Poniatowska, tuve la suerte de leer a una escritora excepcional, de quien no había escuchado hablar hasta entonces y que me causó una impresión muy honda. Sus cuentos me impresionaron tanto que desde entonces siempre he tenido a Inés Arredondo (1928-1989) entre mis escritoras favoritas. Confieso que no la conocí, pero me hubiera encantado platicar con ella, preguntarle sobre su vida, su infancia en Sinaloa, su abuelo Francisco Arredondo, al que quería tanto, hombre muy elegante y que vestía de lino blanco, polainas de cuero y sombrero sarakof. Que me contara sobre las historias que se escuchaban en Eldorado, la hacienda de don Francisco. En ese sitio de su infancia había guacamayas y flamingos, de ahí que Inés siempre pensara que así era la naturaleza, llena de estas aves en lugares en donde no tendrían por qué existir. Por eso, Inés siempre pensó que cada quien se puede crear su propia realidad, como hizo su abuelo.

Esos cuentos que se encontraban en el libro La señal, publicados por primera vez en 1965, me causaron mucha turbación. No sabía entonces que esta cuentista comenzó a escribir cuando ya tenía hijos y era una mujer casada. Lo que detonó su carrera fue la muerte de su hijo recién nacido. Tenía 27 años, era la esposa del poeta Tomás Segovia y, sin duda, tenía una sensibilidad privilegiada. Escribir fue para ella como un encuentro consigo misma, una manera de olvidar su dolor. "Sólo yo sentía mis entrañas vacías, únicamente a mí me chorreaba la leche de los pechos repletos de ella", decía. Decidió tomar lápiz y papel y escribir con obsesión. Su primer cuento fue El membrillo. Su esposo lo leyó y decidió llevarlo a la Revista de la Universidad, en donde se publicó. Inés se dio cuenta que poseía el don de contar historias y escribir intensamente. Pero también se trataba de un don muy doloroso: cada cuento le costaba lágrimas, literalmente. En su primer libro, de menos de 100 páginas, se tardó 10 años. Inés escribía en una hoja de papel revolución que ponía con un clip sobre una tablita. Escribía y borraba, corregía y pulía, hasta que, finalmente, una amiga suya le pasaba a máquina sus textos.

El cuento que la convenció de que tenía la cualidad de la escritura fue precisamente La señal. Pero veamos de qué se trata este cuento, según su autora: "Lo que quería decir no era fácil ni lo era buscar la forma de decirlo: un ateo entra a una iglesia sólo para rehuir del sol aniquilante de la...

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