El legado de Bergman

AutorRafael Aviña

Contados han sido los cineastas que han dejado una huella profunda en las pantallas, ya sea por sus excesos formales, sus extravagancias argumentales o la manera de abordar un relato desde la perspectiva de universos muy particulares. Este último es el caso del gran cineasta sueco Ingmar Bergman (1918-2007), atormentado hijo de un pastor protestante y una madre estricta, que aportó al cine una problemática adulta, abordando sin ambigüedades, incluso con crueldad, los conflictos del individuo y la crisis de la pareja, así como la experiencia sexual, artística y religiosa, el concepto de fe, destino y muerte, sueño y vigilia, todo ello con tal fortaleza que muchos cineastas han bebido de sus historias o han hecho referencia a sus películas, como Woody Allen y aquel juego de ajedrez entre el caballero y la muerte de El séptimo sello (1956).

Con un depurado estilo neoexpresionista concebido junto con espléndidos directores de fotografía, como Gunnar Fischer y Sven Nykvist; preocupaciones filosóficas que pueden rastrearse en Heidegger, Sartre, Camus, Jüng o Nietzsche; una sólida técnica de dirección de actores debido a su formación como director de teatro y, por supuesto, con un estilo narrativo que suele llevar al espectador a la angustia y la claustrofobia en una filmografía cercana a los 50 títulos, el cine de Bergman destila pesimismo y horror, aunque también es posible encontrar imágenes luminosas e historias muy alejadas de su hermético universo.

Frente a obras ligeras en apariencia, como Sonrisas de una noche de verano (1955), Ni hablar de estas mujeres (1964), La flauta mágica (1974), incluso Fanny y Alexander (1982), relato de menor pesimismo y de enorme carga autobiográfica, otros filmes como Noche de circo (1952), El rostro (1958), Detrás de un vidrio oscuro (1961), El rito (1968), Gritos y susurros (1972), Escenas de un matrimonio (1973), Sonata de otoño (1978) o De la vida de las marionetas (1980), redundan en siniestras exploraciones sobre la frustración, la servidumbre sexual, la infelicidad y la condición humana, el miedo, la cobardía y el fracaso de la vida familiar y en pareja, asuntos que han inquietado a varios realizadores y colaboradores que han recuperado sus ásperos relatos, incluyendo su hijo, Daniel Bergman, director de Niños del domingo (1992, con guión de Ingmar Bergman) e Ilusiones (1997).

Si la actriz Ingrid Thulin se convirtió en la depositaria del vampirismo intelectual y la lucha contra el destino a partir de...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR