Con un libro por el mundo

AutorCarlos Rubio-Rosell

Decía el escritor inglés Bruce Chatwin que los seres humanos de nuestro tiempo, protegidos del frío por calefacciones y del calor por aires acondicionados, tenemos la necesidad de viajes físicos o mentales con el mismo imperativo con que tomamos píldoras estimulantes, sedantes contra el dolor o experimentamos catarsis mediante el sexo, la música o la danza.

Citando a Pascal, Chatwin observaba que prácticamente toda la infelicidad del hombre nace de la incapacidad de quedarse quieto en una habitación.

"Un entorno monótono y unas actividades tediosamente regulares provocan comportamientos que producen cansancio, problemas nerviosos, apatía, desprecio de sí mismo y reacciones violentas", escribía Chatwin en su invaluable Anatomía de la inquietud, una obra en la que marca algunas de las coordenadas del nomadismo humano.

Por su parte, el filósofo y humanista francés Michel de Montaigne sostenía que el viaje es un ejercicio útil, mediante el cual la mente se mantiene en constante estimulación, acicateada por la observación de cosas nuevas.

"Quien no viaja no conoce el valor de los hombres", evoca Chatwin a Ibn Batutta, un vagabundo árabe que viajó de Marruecos a China de ida y vuelta por puro amor al viaje, travesía que narró en una deliciosa crónica titulada en nuestra lengua A través del Islam.

Así pues, somos viajeros por naturaleza y en el empeño de esta actividad siempre hemos tratado de dejar testimonio de nuestras propias impresiones escribiendo, dibujando y, desde finales del siglo 19, tomando fotografías y filmando.

Se trata, como sostiene ese otro gran viajero que fue Ryszard Kapuscinski, de un empeño que tiene un objetivo fundamental: conocer al otro y, de esa forma, conocernos a nosotros mismos.

"En el fondo, toda la literatura universal está dedicada al Otro: desde los Upanishads pasando por el I Ching y por Chuang Tzu; desde Homero y Herodoto pasando por el Gilgamesh y el Antiguo Testamento; del Popol Vuh hasta la Torá y el Corán", apunta Kapuscinski, quien agrega que, más tarde, los grandes viajeros de la Edad Media partirían con rumbo a los confines del planeta para encontrar al Otro, de Giovanni Caprine a Marco Polo, Ibn Jaldún o Chen Chun.

"El viaje significa desafío y esfuerzo, cansancio y sacrificio, cometido difícil y proyecto ambicioso", define Kapuscinski, palabras suficientes para acercarnos a la esencia del contenido de la totalidad de los libros de viajes, los cuales nos permiten compartir con sus autores sus recorridos por el mundo y en los que nos intentan transmitir que en esos trayectos ocurren cosas importantes de las que nos hacen formar parte como testigos indirectos, transfiriéndonos una obligación y una responsabilidad: entender el camino recorrido, un camino que nos conduce, por regla general, al Otro y, por extensión, a nosotros mismos.

Porque el viaje no sólo ensancha la mente, sino, como establece Chatwin, la conforma y, de esta manera, toda literatura de viajes nos permite conocernos, compararnos en ese reflejo, medirnos y confrontarnos.

"Los niños necesitan senderos que explorar para orientarse en la tierra en la que viven, tal como un navegante necesita coordenadas a partir de puntos conocidos de la tierra. Si hurgamos en los recuerdos de infancia, nos vienen a la mente primero los senderos, y luego las cosas y la gente: senderos en el jardín, el camino a la escuela, el camino alrededor de la casa, los corredores entre los helechos o las altas hierbas", escribe Chatwin.

Pero si necesitamos el viaje físico, también necesitamos el viaje literario, ya que este tipo de viajes, además de ensanchar y conformar nuestras mentes, dan pie en nuestro imaginario a legítimas aspiraciones: recorrer las carreteras de Estados Unidos como Jack Kerouac (En la carretera), viajar a la Alejandría de Lawrence Durrel (El cuarteto de Alejandría), a la Francia de Julio Cortázar (Los autonautas de la cosmopista), al Congo de Joseph Conrad (El corazón de las tinieblas), a la Alaska de Jack London (Colmillo blanco), a los mares del Sur de Robert Louis Stevenson (En los mares del Sur), el África de Hemingway (Verdes colinas de África), la península ibérica de...

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