Libros proféticos de William Blake

AutorPatrick Harpur

No hay nadie como William Blake en la literatura y el arte ingleses. Su genio prendió la antorcha del Romanticismo en Inglaterra hacia finales del siglo XVIII, pese a que fue ignorado o, al menos, apenas reconocido a lo largo de su vida. La mayoría lo tenía por un loco, pero aquellas incendiarias obras suyas ensombrecen a las de todos sus contemporáneos. Combinación de poesía, grabado, escritura, diseño y acuarela, nada ha habido comparable a sus obras desde los manuscritos iluminados de la Edad Media.

Las circunstancias externas de la biografía de Blake son irrelevantes. Nació el 28 de diciembre de 1757, segundo de los cinco hijos de un lencero moderadamente próspero domiciliado en Golden Square (actualmente en la zona del Soho londinense).

Con la excepción de tres únicos años de estabilidad, pasó su vida en diferentes partes de Londres, siempre pobre e infravalorado, trabajando en sus grabados día y noche. Sin embargo, los hechos que acontecieron en su vida interior -a la que él llamaba su vida imaginativa- son otro asunto. Fue un visionario. En sus días finales, rememoró cómo sus visiones comenzaron cuando tenía nueve o diez años: paseaba por el campo en Peckham (actualmente un área edificada al sur de la ciudad) y vio un árbol lleno de ángeles con sus brillantes alas resplandeciendo como estrellas en cada rama. En otra ocasión, mientras observaba a unos campesinos segando, vio moviéndose entre ellos a unas figuras angélicas invisibles para todos, salvo para él.

Blake no empezó a dedicarse a su propia obra hasta los 32 años, una edad relativamente tardía. Pero estuvo preparándose. Había empezado a experimentar con algunos "esbozos poéticos" y, sobre todo, había leído con voracidad. Dado su talento visionario, no sorprende que se sintiera atraído hacia los escritos de Emmanuel Swedenborg, un ingeniero de minas sueco que comenzó a ver espíritus y a dialogar con ellos tras tener una visión de Cristo en un café londinense. Blake se unió a la Sociedad Swedenborgiana, lo más parecido a ir a misa que llegó a hacer. A la par, estudiaba neoplatonismo y filosofía hermética (a autores alquímicos como Paracelso y Robert Fludd), y especialmente al místico alemán Jacob Böhme, figura clave para su desarrollo, puesto que propugnaba una filosofía centrada en la imaginación. Este último es un aspecto compartido por todas las figuras que influyeron decisivamente en Blake: la creencia en que la principal facultad del alma no es la razón, tal y como proclamaba la llamada Época de las Luces, sino la imaginación.

Para comprender a Blake es necesario entender primero qué designaba él por "imaginación". Empleaba este término de un modo casi antagónico al de hoy. Tendemos a pensar que la imaginación es la capacidad para crear imágenes de cosas que se hallan ausentes de nuestros sentidos, a la manera de una especie de memoria, o bien como la facultad para inventarnos historias. Para Blake, esta capacidad era meramente "fantasía". La auténtica imaginación constituía otro reino, bastante alejado de nuestras pequeñas mentes, habitado por dioses y dáimones que interactúan en esos relatos arquetípicos que llamamos mitos. Algo equivalente al inconsciente colectivo de C.G. Jung. La verdadera poesía sobreviene al hombre de genio capaz de ver las imágenes y modelos que subyacen a cada persona, sociedad y momento histórico y determinan su existencia. La Imaginación antecede a la Naturaleza. Antecede incluso al tiempo y al espacio. Así, aunque creamos habitar un mundo objetivo, como solemos pensar, el mundo que habitamos es en realidad la creación colectiva e inconsciente de nuestra forma de imaginar el mundo.

Blake distinguía cuatro niveles de imaginación: cuatro estados mentales que...

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