Un lugar para creer

AutorCecilia Núñez

En cinco días de exploración por este paraíso en Oceanía, la bitácora se llena de preguntas que encuentran más de una respuesta.

Hay que creer que este es el ombligo del mundo, como indica el significado de su nombre nativo, Rapa Nui; y que a donde uno vaya será protegido por las almas de los ancestros que habitan aquellos monolitos que son el rostro de la isla para el turismo. Y mientras la fe se entrena, la inmensidad del Pacífico enmarca una aventura por una multitud de escenarios naturales casi intactos.

DÍA 1

EN EL OMBLIGO DEL MUNDO

Son las 5:00 de la mañana y todavía está oscuro mientras hago la fila, al aire libre, para pasar la aduana en el aeropuerto de Mataveri. Techos de paja, música regional sonando de fondo y oficiales de migración en completa calma me adelantan lo relajado que es el estilo de vida en esta parte del mundo.

Un nuevo sello en el pasaporte hace constar que, si bien estoy en la Polinesia, en medio de Oceanía, Rapa Nui es territorio chileno.

No sé si culpar al jetlag o a lo conmovedor del amanecer, pero esa sensación de estar en un sitio tan remoto, en medio de la nada y en el centro de todo a un tiempo, termina por conquistarme.

Aquí, en la inmensidad del océano Pacífico, el trozo de tierra más cercano es la isla Pitcairn, localizada a 2 mil 200 kilómetros de distancia y conformada por 46 habitantes miembros de las nueve familias que ahí habitan.

Al Este, del lado continental, Chile se encuentra a unos 3 mil 800 kilómetros, a la altura del puerto chileno de Caldera. Esta vez sí que estoy lejos de casa.

La posada Mike Rapu, ubicada en la zona de Te Miro Oone, hará las veces de hogar en la isla. Este hotel ecológico es parte de Explora, una operadora especializada en viajes al sur de América que posee la virtud de hacer de cada travesía en sitios aislados una exploración profunda, rica en aventuras, sin perder de vista el lujo y la comodidad, aun en medio de la naturaleza.

El primer día lo dedico a un recorrido panorámico por los alrededores. Una manada de caballos salvajes obliga a detenerse a la camioneta en la que me desplazo.

La emoción de verlos corriendo a toda velocidad alzando nubes de polvo revela que soy nueva en la isla. Los caballos aquí son tan ordinarios como los perros callejeros en los mercados de mi barrio.

A donde dirija la mirada encuentro infinitos matices de azul; de lejos, las manadas de caballos corriendo en libertad por planicies interminables, cráteres de volcanes dormidos y esas interrogantes convertidas en estatuas de cantera de hasta 21 metros de altura y 60 toneladas de peso: los icónicos moai.

DÍA 2

EL PRIMER ACERCAMIENTO

Amanece con la tenue luz del sol entrando por el amplio ventanal con vista al mar en una de las 30 habitaciones de la posada, cuya arquitectura, en madera y piedra, se fusiona armónicamente con su alrededor.

Mientras escucho las reglas del juego durante la travesía, saboreo la que debe ser la piña más dulce sobre la Tierra.

El plan es sencillo: hay que escoger cada mañana la aventura del día entre un menú de 25 opciones, que serán dirigidas por Mahanua Tuki y Gina Pakaratiuno, las guías rapanui que conducen por sus tierras a los viajeros deseosos de conocer los rincones más recónditos de la isla.

Basta apuntarse en el primer itinerario para descubrir que aquí todo es una aventura: lo que parece una inocente caminata en medio de esta tierra de origen volcánico se convierte en una travesía en medio de la naturaleza. Todo incita a descubrir cuevas subterráneas que desembocan en el mar, cráteres de volcanes extintos, acantilados impresionantes.

Pero uno se sabe sin duda en Rapa Nui (también llamada por sus apenas 4 mil habitantes Te Pito o Te Henua) hasta que se halla frente a los rasgos solemnes de los moai.

Mi primer encuentro con estos gigantes de piedra, es una plataforma...

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