Luis F. Aguilar / El Príncipe o el Pacto

AutorLuis F. Aguilar

Décadas llevó desmantelar el edificio del sistema político totalizador, compacto y jerárquico del siglo XX, que se construyó de ese modo para terminar con el caos de la Revolución Mexicana y reconstruir la unidad de una nación desintegrada por guerras, odios y persecuciones, atizadas por generales y políticos de buena o mala fe, cuya proliferación por el país se debió al vacío de poder de los muchos años de anarquía. Hoy, después de la revolución política de la democracia, que derribó al sistema presidencial-priista y que ha generado indeseadamente una pedacería política de poderes, intereses, personajes, grupos, enfrentados o reticentes a tejer la trama de acuerdos básicos, se ha vuelto otra vez necesario detener el desorden y reconstruir la unidad política de la nación, aunque ahora en modo de unidad compleja.

Antes se hablaba con ironía de "la institucionalización de la revolución" o de "la revolución institucionalizada", pues se aludía al sistema político del pasado. Ahora, sin tono irónico y con seriedad, parece necesario reclamar "la institucionalización de la democracia", pues la de estos tiempos repite la vieja historia de un conjunto de caudillos, políticos, fracciones legislativas, grupos populares y hasta armados, que compiten por el poder sin importarles leyes e instituciones.

A comienzos del siglo pasado, después de 36 años de dictadura, el clamor por la democracia de sufragio efectivo y no reelección desató contra sus intenciones el desorden político y el caos social, que tuvo que ser neutralizado por una forma autoritaria de poder público firme a fin de poner a caminar al país de nuevo. Se trató de una democracia que produjo su contrario. Ahora pareciera repetirse la historia. El reciente clamor por la transición, la alternancia, la democracia pluralista, los gobiernos divididos, la descentralización, ha desatado también contra sus intenciones formas de descomposición social que se extienden rápidamente por algunas regiones del país. A menos que creamos que la historia es un progreso permanente, guiado y protegido por la providencia divina o la de los mercados, por la del buen gobierno o la de la política republicana ("juarista", ahora), razón por la cual no existe la posibilidad de regresos y de repetir decisiones erróneas, no podemos escaparnos a la tarea de encontrar la tierra firme de los consensos básicos institucionales, políticos y de políticas, para hacer que la democracia se asiente y muestre que es gobierno de...

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