Luis Rubio / ¡A gastar!

AutorLuis Rubio

La obsesión por elevar la recaudación fiscal me recuerda la película Los millones de Brewster, de Richard Pryor. Brewster recibiría una enorme herencia pero sólo si se gastaba 30 millones en un mes; si no, la perdería. El objetivo de quien le heredaba era enseñarle el valor del dinero. Parece fácil pero, como ilustra la película, es tremendamente difícil gastar tanto dinero en tan poco tiempo, al menos para gente normal. Pero para los gobiernos y políticos jamás hay límite a lo que pueden imaginarse poder gastar. Por eso les es mucho más fácil buscar formas de elevar la recaudación que justificar la racionalidad del gasto que dan por natural.

No hay nada de natural en gastar tanto dinero. Por supuesto que un gobierno tiene innumerables responsabilidades y funciones que requieren ser sufragadas y para eso son los impuestos. Ahí está lo elemental, como la seguridad física de la población, la justicia, la salud y la educación, además de asuntos como la representación del país en el exterior y la creación de condiciones materiales para que la población pueda prosperar, como infraestructura, reglamentos de tránsito y otros similares.

Dicho eso, la primera pregunta que uno debe hacerse es ¿en cuál de esos rubros tenemos algo que remotamente refleje capacidad, por no decir excelencia? No hay un solo rubro en el que nuestro gobierno se guíe por criterios de eficiencia, logro de objetivos o calidad. Tampoco de productividad. La noción de que más gasto mejora el resultado es, como dicen de los segundos matrimonios, el triunfo de la esperanza sobre la experiencia.

Pero en nuestro caso lo anterior es apenas un punto de partida. El derroche de recursos es legendario en el gobierno federal, pero ejemplar cuando se le compara con la forma en que despilfarran recursos los gobernadores y presidentes municipales. Todavía peor es la permanente obsesión por "despetrolizar" las finanzas públicas. Yo me pregunto por qué.

Primero, todos sabemos la clase de cueva de Ali Babá que es Pemex. La entidad que podría ser uno de nuestros grandes motores de crecimiento no es más que un espacio de interminable corrupción, ineficiencia, propiedad de su burocracia y sindicato y fuente de fondos para la consecución de obscuros objetivos políticos. En una palabra, Pemex es un barril sin fondo que jamás rendirá cuentas o aportará a la economía nacional más de lo que hace hoy: pagar por la explotación del recurso que, según dice nuestra Constitución, es de todos los mexicanos y...

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