Luis Rubio / El PRI de antaño

AutorLuis Rubio

La propuesta parecía infalible: retornar al orden y al crecimiento. Luego de años de desorden, criminalidad y una economía que no parecía levantarse, se prometía un gobierno eficaz. Muchos mordieron el anzuelo, suficientes para darle una nueva oportunidad al viejo partido político que, en una de esas jugarretas lingüísticas, presentaba como nuevo algo de un pasado lejano que pretendía recrear. La premisa del nuevo gobierno, como tantos otros que le precedieron, el de Fox por encima de todos, fue que los anteriores eran una bola de ineptos que no entendían nada. Ellos encarnaban la verdad y la capacidad para hacerla valer.

El problema no radica en la noción misma de recrear una era mejor, sino en la pretensión de que eso es posible. El pasado desapareció porque resultó insostenible: porque fue rebasado por la realidad. El gobierno de Echeverría rompió con casi cuatro décadas de una línea de gobierno -el llamado desarrollo estabilizador- porque éste había dejado de arrojar tasas elevadas de crecimiento. Ciertamente se requería un cambio, pero su respuesta no fue la idónea porque inició la era de crisis que atosigó a la economía mexicana por un cuarto de siglo. Las reformas finalmente comenzaron en los ochenta, en circunstancias muy difíciles por la hiperinflación en que estuvimos a punto de caer. De haberse iniciado el camino liberalizador a partir de 1970, el proceso hubiera sido gradual y sin aspavientos.

Los gobiernos de los ochenta y noventa fueron aprendiendo, casi siempre a regañadientes, que el mundo estaba cambiando y que sólo adaptándose a las nuevas realidades sería posible reencauzar el barco mexicano. La era postrevolucionaria se había caracterizado por un férreo control gubernamental-partidista sobre la actividad política y económica, pero también sobre la criminalidad. En cada ámbito, el binomio gobierno-PRI dominaba y lo administraba para su propio beneficio.

Tres ejemplos ilustran el cambio que se dio y que es irreversible, independientemente de las preferencias gubernamentales. En primer lugar, ningún gobierno puede controlar lo que ocurre en una economía abierta. El control de la economía en el pasado se sustentaba en la autarquía: nada pasaba sin autorización burocrática que, además, era una interminable fuente de corrupción. Una economía abierta gira en torno al consumidor, al que tiene que atender el empresario pues enfrenta competencia vía importaciones. Mientras que antes el gobierno asignaba recursos...

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