La magia y la gloria del corrido

En su origen, la poesía fue cantada. En la Grecia antigua los rapsodas iban de pueblo en pueblo cantando los poemas que nacían de la inspiración de uno y de todos los hombres que así exteriorizaban sus penas, para aliviarlas, y sus esperanzas, para mantenerlas encendidas.

De esa fusión de historia y canto se abrevaron los trovadores y los juglares; y en México, el corrido se hizo vástago directo del romance español (verso octosílabo con rimas asonantes pareadas). Tal función narradora, testimonial, se da en el guaguancó cubano y en la payada de la pampa argentina; pero estos ya no con la fiel cuadratura del corrido hacia su inmediato ancestro castellano.

Antes, en la ciudad era común ver en las plazuelas y en los mercados de los barrios a los corrideros de cepa, reseñando lo mismo las hazañas de un bandolero que el desastre sangriento de un tren en trágica volcadura o las bizarrías de una batalla por la patria o por el pueblo. El dueto cancionero, a la sombra de un mezquite o en las inmediaciones de un mercado con marchantas y locatarios de público devoto. Ahora, sin embargo, los corrideros se refugian más bien en los parajes aldeanos y desde luego cabe los palenques de las ferias; pero de un modo u otro, la esencia del corrido popular se transmite en las hojitas de papel en el estilo de J. Guadalupe Posada y de Vanegas Arroyo, con la letra impresa entre arcaicas figuritas alusivas.

Está por demás señalar que en el corrido se conservan, ¡en buena hora!, términos y modos veteranos, que son una delicia, montados en una sintaxis peculiar, yuxtaponiendo hechos que de pronto se antojan lejanos a la regencia conceptual de la estrofa o aún saltando tiempos que, con la magia del habla popular incontaminada, casan perfectamente. Explicaciones, pues, sobran, ya que en el hilo de la narración corridera nada se dispara y todo armoniza. Oigase, si no, una antiquísima estrofa jubilosa: "¡Qué bonita plaza de armas/ nos hizo Porfirio Díaz,/ con sus cuatro candeleros/ y en medio su águila ríal!"

En la primera mitad del pasado siglo XX, hubo una corridera de ancha fama, aunque más bien era solicitada y apreciada por el prostíbulo que sostenía: La Bandida. Tal su apodo, que ella decía le venía de su marido (diestro con la baraja y la pistola, "siempre te llevaba robado"), miembro que fue de la escolta del general Francisco Villa, los "dorados" legendarios. Sagaz, inteligente, profunda conocedora del alma y las debilidades humanas, a todos encandilaba: el...

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