La magia de Tecate

AutorJuan Carlos García

ENVIADOS

FOTOS: CARLOS FIGUEROA

TECATE, Baja California. - Invariablemente, su nombre remite a una cerveza, sin embargo, Tecate sustenta su magia en otras bondades: pinturas rupestres, pan recién horneado y spas de moda.

A una hora en automóvil de Tijuana y a 45 minutos de la Rumorosa, este Pueblo Mágico -el único en la frontera norte- seduce con rincones que parecen leyendas, pues casi nadie sabe su localización exacta, como la zona arqueológica llamada El Vallecito, que posee una colección de pinturas rupestres poco conocidas, pero sorprendentes.

"Sólo sabemos que son viejísimas, pero no las visitamos porque nos parece que están muy lejos (a casi una hora desde el centro de Tecate). Y, pues, si las tenemos aquí, decimos '¿pa' qué vamos hoy, si podemos ir mañana?'", expresa Miguel Comparán, uno de los tantos taxistas que no sabe cómo llegar, a no ser que el interesado le dé indicaciones mediante Waze, Google Maps o el Guía Roji del estado.

Calor húmedo y tierra rojiza hay que sortear para llegar a una modesta entrada con la máxima del lugar: no dañar las pinturas.

Quien recibe, luego de cobrar los accesos y dar algunas recomendaciones, presenta al guía y compañero del trayecto: Pancho, un perro callejero adoptado que acompaña a los visitantes. Con dedicación y sin ladrar indica el camino. Bien merecida la propina que se le da al final: sus guardianes piden 20 o 30 pesos para croquetas.

Y ahí están, testigos del ayer, en seis cuevas formadas por distintas piedras, los dibujos de hace 10 mil años atribuidos a los yumanos.

¿El que hay que buscar y buscar, hasta dar varias vueltas para encontrarlo? El Diablito. ¿Los más visibles? Los del conjunto de la Cueva del Indio o El Hongo. ¿El más obvio? El grupo de rocas que asemeja a El Tiburón.

"Son pinturas hechas con tintes minerales en blanco, negro y rojo, algunas veces con amarillo, de trazos muy sencillos... Se cree que manifestaban sus ideas y vivencias", explica José, uno de los vigilantes que aparece de repente en la zona.

Al regreso, en el camino sale a colación la panadería, calificada como patrimonio local, y no sólo la de la más famosa, El Buen Pan, si no la de cualquier negocio que se atraviese a la nariz del viajero. Ya sea con relleno, integral o salada, una pieza de pan se convierte en placer con un poco de culpa.

Son recetas de antaño, que suelen cocinarse al horno de leña y que las abuelas perfeccionaron con su sazón.

Y antes o después del pan, porque puede pedirse para llevar, hay...

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