La maldad de circos y zoológicos

El anuncio del invierno siempre se ha significado -dicen- porque el circo llega, puntual como la gripe.

El circo representa -dicen también- la emoción para los adultos y la diversión para los niños. Puede ser, porque en el más lejano recuerdo que yo guardo del circo está el Beas legendario, de cuando yo apenas rebasaba los cinco años de mi desvariada o por lo menos dispareja existencia.

El circo Beas, de tradición notable, levantaba su carpa en un baldío justo en la esquina de la calle del Cedro esquina con la Calzada de Nonoalco, en la zona proletaria de la colonia de Santa María la Ribera de mi nacencia. Y debo decir que entonces nunca sufrí susto alguno ante las machincuepas de los trapecistas ni por el rugir de los leones, "más temibles del olor que de la zarpa". Antes bien me maravillaba con las florituras que, en las alturas, bordaba, sólo prendido de una cuerda, un cirquero de prosapia -era mi ídolo- bizco pero agilísimo, que se hacía llamar, nada menos, que Rosalino de Dios (¿sería angélico su vuelo?); y lo mismo me regocijaba con el número que remataba la función: la pantomima La Acuática, en la que una señora gorda, gordísima, un enorme globo humano, de pronto se desinflaba soltando chorros de agua por innúmeros agujeros y acababa inundando la pista convertida, nunca he sabido por qué suerte de artilugios, en auténtica alberca.

El lindo circo Beas terminó -digo, si la memoria no me falla- en un incendio. Mas la aversión al circo comenzó en realidad ya en mi edad adulta; es decir cuando en vez de ir, niño ingenuo, llevado de la mano, me tocó conducir a los pequeños de la descendencia, hijos primero, nietos después. Ello, porque entonces pude enterarme -documentos, denuncias, testimonios- de las prácticas bárbaras y los inauditos actos de crueldad en que se sustentan la supuesta doma de los tigres y los leones feroces y el supuesto adiestramiento de los elefantes, los caballos y demás fauna "divertida" del circo de faz inocente y entrañas criminales.

No está usted para saberlo; pero yo sí para contárselo. A los animales del circo no se les enseña, se los obliga. Para que los grandes felinos se encaramen a tarimas, se acurruquen en taburetes, se columpien en balancines, salten al través de aros en llamas, se los punza, se los hiere, se los amenaza con fuego. Para que los elefantes hagan monerías: hagan cadenas tomando con la trompa la cola del de adelante, para que se alcen sobre sus patas traseras o se sienten sobre sus nalgas...

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