Mandatos de la cultura impresa

AutorAntonio Saborit

Sin libros las alegrías se pudren, escribió Elias Canetti en La provincia del hombre. Sin una casa bien hecha, los que se pudren son los libros, socavándose así la fuerza transformadora de la lectura.

Hoy una zona de la Capital densamente poblada contará al fin con los servicios de una biblioteca nueva. Tocará a su cuerpo administrativo trabajar en contra de la obsolescencia, construir una comunidad adicta al acervo de sus estantes y ocuparse en la oferta de un servicio eficaz y discreto.

Nada de lo anterior es fácil, mucho menos cuando el carácter coyuntural del mismo proyecto de la biblioteca se impuso a la necesidad de pensar en su futuro -sobre todo después de su alegre inauguración, anunciada para el próximo martes.

Ya es hora de considerar al libro y a la lectura como una cuestión de Estado.

La democracia es un mecanismo delicado, pero es aún más frágil sin el respeto a los obligaciones de la civilidad y sin ciudadanos que lo sean realmente más allá de tal acreditación en la credencial de elector. Y, sin embargo, el Estado vive enfrascado en desapoderarse de competencias.

Esta biblioteca apareció originalmente en la imaginación de sus promotores como una gran biblioteca nacional.

Ya teníamos una Biblioteca Nacional, si bien saturada, pero ni por eso mismo -ni por la obligación de ofrecerle ya alternativas viables de expansión y crecimiento para las próximas cinco décadas, por lo menos- se atendió con la seriedad debida el verdadero sentido de levantar una ambiciosa biblioteca. Sus promotores, por un lado, pasaron por alto que las más ricas bibliotecas contemporáneas -nacionales, públicas o universitarias- se echaron a andar con un acervo muy pequeño pero con un innegociable horizonte de futuro, y, por otro, actuaron movidos por el deseo de resolver este asunto en el lapso perentorio de los seis años del Gobierno de Vicente Fox.

Se dejó de atender entonces el asunto de nuestra Biblioteca Nacional, hospedada por la UNAM, de suerte que hoy se habla de la de Buenavista como una biblioteca pública...

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