Manuel J. Jáuregui / Por tabasqueño

AutorManuel J. Jáuregui

El primer problema, crucial, de arranque y concepción con el que inició el Instituto de Salud para el Bienestar (Insabi) que viene a sustituir al Seguro Popular de golpe es que su director, Juan Antonio Ferrer Aguilar, designado directamente por el Presidente López Obrador, carece de la más mínima experiencia o conocimientos en tema de salud, bienestar o medicina.

Todo indica que su designación obedece, simplemente, a que como el Presidente, Ferrer Aguilar es tabasqueño.

No dudamos que sea una buena persona, bien intencionado y todo lo que ustedes quieran, pero el señor -como profesionista- trabajó previamente y se desempeñó profesionalmente en el Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Su tema eran los muertos, no lo vivos.

Es más, cuando su servidor realizó un viaje de conocimiento a "El Tajín", hermoso e interesante sitio arqueológico maya en Veracruz, el Lic. Ferrer era el responsable administrativo en el INAH de supervisar, administrar y preservar este sitio igual que otros en Chiapas y, por supuesto, en Tabasco.

El señor Ferrer, como profesionista, es Licenciado en Administración de Empresas del Instituto Tecnológico de Villahermosa, con Maestría de la Universidad Olmeca en Administración Ejecutiva.

Nada en su hoja de servicio, ni técnica ni profesional, lo capacita para armar, administrar y hacer funcionar de la noche a la mañana un sistema de salud súper complejo, extensivo, endiabladamente entrelazado e interdependiente para atender a SESENTA Y NUEVE millones de mexicanos que amanecieron el primero de enero sin Seguro Popular y como hoy sabemos, prácticamente sin atención médica.

No dudamos que el Seguro Popular haya tenido fallas, que hubiese sido imperfecto, pero bien o mal cumplía una función y la cumplía de tal manera satisfactoria (para los usuarios) que hoy que no existe ha surgido una crisis nacional, pues el INSABI -con todas y las buenas intenciones con las que pongan ustedes haya sido creado- simplemente no está armado ni a una fracción de la capacidad de atención que el sistema que intenta sustituir.

No hay médicos, no hay medicinas, no hay información, ni siquiera acuerdos con las clínicas de atención locales para que se pueda atender a los pacientes que antes, con el Seguro Popular, recibían atención.

El alarido es dramático, desde la clínicas materno-infantiles hasta los llamados hospitales de tercer nivel donde se atendía a pacientes con enfermedades graves: niños con cáncer sin sus medicinas...

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