Marketer / Sísifos modernos

AutorHoracio Marchand

Sísifo era un rey en la antigüedad que tuvo la osadía de desafiar a los dioses, por lo que recibió un castigo infinitamente frustrante: tenía que empujar una gran piedra redonda a la cima de una colina para que, justo cuando estaba por llegar y culminar su labor, ésta rodara irremediablemente hacia abajo obligándolo, una y otra vez, a volver a empezar. El mito dice que ahora mismo, mientras lees esto, Sísifo sigue empujando la piedra; lo que no dice es lo que éste piensa y siente en el proceso, y esto es clave porque la intención define a la acción.

A pesar de la condena Sísifo tiene la capacidad y el poder de desafiar a los dioses del Olimpo y en el proceso salvar a la humanidad entera.

Es que finalmente Sísifo tiene dos opciones: 1.- se lamenta al empujar la piedra, lo hace sin esfuerzo y a duras penas, llorando y gimiendo de dolor o 2.- lo hace con energía, entrega, incluso entusiasmo, intenta nuevas rutas y métodos, guarda la esperanza que algún día se le perdone, piensa en lo robusto de su estado de salud, y, lo mejor aún, que si incorpora y se adueña de su trabajo, dejará de ser un castigo.

En esta sutileza radica un poder enorme (recomendable leer lo que dice Albert Camus del mito de Sísifo).

SÍSIFO MODERNO NÚMERO UNO:

MATAMOROS, Tamaulipas.- De negocios llegué a la ciudad conduciendo una camioneta. Me detuve en un crucero ante el semáforo en rojo y miré a metros de distancia a un hombre de unos 65 años desplazándose ágilmente en silla de ruedas; noté que no tenía ninguna de sus dos piernas. En su regazo tenía el montón de periódicos y con una mano agitaba una muestra del diario que vendía. Como vocero profesional gritaba fuerte su propuesta de venta.

Ahí en medio del tráfico, del ruido, del calor insoportable, la contaminación, el bullicio y el amontonamiento urbano, andaba un hombre de la tercera edad en silla de ruedas vendiendo periódicos.

Antes de que se pusiera en verde, saqué rápidamente dinero, le hice señas, y de inmediato se dejó venir hacia la ventana del copiloto. ¿Cómo le va a hacer para darme el periódico si la camioneta está alta? Al acercarse a la camioneta desapareció de mi vista.

De repente sólo miré su mano con un periódico y tocó con los nudillos la ventana. Bajé el vidrio, me estiré para alcanzar a darle el dinero, al mismo tiempo que él aventaba con pericia el periódico al asiento de a lado, estiró la mano aún más y tomó la moneda. "Gracias, que Dios lo bendiga joven", me dijo, y se fue rápido a hacer otra...

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