Un mecenas en apuros

Demasiado bello para ser cierto. Más de uno murmuraba la frase, ya fuera en el recién renombrado restaurante de la Metropolitan Opera House, en los corrillos del Festival de Salzburgo o en la oficina de Plácido Domingo en la capital de Estados Unidos. El mundo de la ópera veía su wet-dream convertido en realidad: Ludwik II de Baviera parecía reencarnar en el supuesto hijo de un magnate azucarero cubano despojado por Fidel Castro durante la revolución. No había hipérbole alguna, aunque sí surrealismo. El más grande mecenas de la historia de la ópera, desde aquel wagnerita y lunático monarca germano, provenía -por inverosímil que sonara- de Cuba, se llamaba Alberto Vilar y había ya repartido (con multimillonarios adelantos y compromisos firmados) la friolera de 250 millones de dólares entre los teatros mencionados y otras instancias culturales y artísticas como el Teatro Mariinski de San Petersburgo, la Filarmónica de Berlín, varias universidades estadounidenses y el Museo Metropolitano de Nueva York.

Los honores y reconocimientos se sucedían de manera creciente, pero también como fruto de las no tan altruistas y desinteresadas exigencias de Mr. Vilar.

Así, contraviniendo normas internas y el sentido común del buen gusto, las paredes de la Grosses Fest-pielhaus salzburguesa fueron tapizadas con fotografías a color de su rostro (costo: el mayor donativo de sus más de 75 años de existencia), el segundo piso del Met debió de rebautizarse como The Vilar Grand Tier y el restaurante más distinguido del teatro también adoptó su nombre (costo: 12 millones de dólares en efectivo y promesas por 50 millones más), el foyer principal de Covent Garden llevaría el apelativo del magnate cubanoestadounidense que se había vuelto millonario especulando con acciones del volátil mercado de alta tecnología (costo: 10 millones de libras esterlinas), el programa para jóvenes artistas diseñado por Plácido Domingo para la Ópera de Washington recibiría también el nombre de Vilar y el de su idolatrado tenor español (costo: 10 millones de dólares, así como otro tanto en el pago de nuevas producciones).

Ser recibido como un dios por sus adorados divos y divas, por los temibles Intendants y por los azorados donadores y patronos de alcurnia en el mundo entero; escuchar a Domingo cantarle "Happy-birthday-to-you" acompañado al piano por Levine; sentirse el hombre más querido en ese mundo al que desde niño soñó con pertenecer: eso, eso no tenía precio (dirían en el conocido...

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