La Memoria de André

AutorStephen Schwartz

Fui un profundo admirador de Francia y de su cultura modernista; estuve entre los primeros traductores al inglés, en la turbulenta generación de la década de los 1960, de los escritos de André Breton (1896-1996), fundador del movimiento surrealista. Pero siempre me inquietaron las almas múltiples de Francia: un compromiso con los valores humanistas de la Ilustración, por un lado, el apaciguamiento de los nazis a lo largo de la década de los 1930, por el otro. Muchas veces me he preguntado cómo fue que el país que alguna vez fue la mejor representación del concepto de la "revolución burguesa", que bajo la dirigencia de Napoleón llevó adelante la emancipación de los judíos por toda Europa, que amenazó los cimientos de todas las tiranías, desde la de los Habsburgo en Viena hasta la de los zares en Moscú, se convirtió en baluarte del status quo reaccionario. Sigo creyendo que Hegel tenía razón cuando comentó que al ver el paso de Napoleón en su caballo vio la corporeización de una triunfante idea del mundo.

La dualidad francesa quedó dramáticamente expuesta cuando en 1940 los alemanes conquistaron el país, pues mientras que Francia se enorgullece de la reputación de su resistencia antinazi, la verdad es que la mayoría de los franceses en el interior del país fueron brutalmente despreciables al auxiliar a los invasores a deportar y aniquilar a los judíos -con el fin de que los franceses cristianos se adueñaran de las propiedades de aquéllos. Hace apenas unos años los historiadores revelaron el desafortunado hecho de que luego del Día-D, la "Resistencia francesa" la integraron elementos "no-franceses" en su mayoría: judíos, desde luego, refugiados republicanos españoles que cruzaron los Pirineos al final de la Guerra Civil española en 1939, árabes del norte de Africa sin papeles, armenios y otros "extranjeros".

Pero algo francés sigue reclamando a mi corazón y la llama volvió a encenderse cuando a finales del 2002 la prensa internacional informó sobre la inminente subasta de uno de los grandes archivos verdaderos del modernismo, reunido por Breton. El papa del surrealismo, como lo conocen sus admiradores, fue un destacado crítico de arte así como un prosista clásico, un poeta de primera línea y un agudo comentarista en el campo más amplio de la historia intelectual.

Debido a la forma en la que Breton se entregó al trabajo de los pintores y escultores más destacados, su propia colección de arte llegó a ser célebre, pues iba de André Derain a Man Ray a Joan Miró a Giacometti a James Rosenquist, un artista pop al que Breton admiraba. Pero asimismo fue un connoisseur de las artes indígenas del Pacífico, en especial las de Nueva Guinea e islas de los alrededores, así como de las artes de los indios hopi y de las culturas precolombinas de México. Y, finalmente, sus amistades personales iban de los destacados poetas y artistas parisinos de su tiempo a figuras como las de Freud y Trotsky -todos los cuales le obsequiaron libros y manuscritos autografiados.

Por estos motivos, el archivo de Breton es considerado como algo de gran valor -tal vez hasta demasiado valioso, ya que el gobierno de Francia rechazó las peticiones de formar una fundación que le diera albergue-. Algunos medios informativos sugirieron que el total de la colección podría alcanzar los 40 millones de dólares (más de 400 millones de pesos) al salir a la venta en la subasta de la casa Calmels Cohen en abril.

Sin embargo, unas cuantas semanas después de darse a conocer esta noticia, un variopinto grupo de personas de talla menor pero preocupadas por el asunto, emitió una "protesta surrealista" en la que a partir de esta venta intentaron hacer un escándalo. Con los nombres de Susan Sontag y John Ashbery pegados a los de esos norteamericanos desconocidos u olvidados, los abajo firmantes etiquetaron la venta como "la vergüenza del gobierno francés". Y exigieron a las autoridades que tomaran cartas en el asunto para preservar el "sitio", un departamento en la calle Fontaine en París, en donde Breton vivió la mayor parte de su vida.

A los surrealistas y a los aspirantes a surrealistas se les pueden echar en cara ciertos pecados, pero entre ellos no aparece la falta de ironía. Si alguna vez existió un autor que creyera que una celebración de corte institucional, ya sea bajo la forma de un premio monetario, de un archivo público, de un museo o de una estatua, debía considerarse como una mácula a su reputación, ese fue Breton. Generalmente escarnecido como el autoritario "papa" de los surrealistas, ávido de excluir de las filas del movimiento a los disidentes, Breton acaso en privado fuera menos que un...

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