De Memoria / Corte y Confección

AutorSealtiel Alatriste

8 de enero de 1939: Nace Carolina Herrera en Venezuela. Desde 1981

es una de las grandes figuras

del mundo de la moda.

Bien o mal, todos queremos estar ligados al mundo de la moda, aunque hay que reconocer que para la gran mayoría, las pasarelas a las que pertenecen los diseñadores famosos, están muy alejadas y tenemos que conformarnos con participar de un mundillo donde las Carolinas Herrera pueden materializarse en los seres más insospechados. Esto fue exactamente lo que me pasó, en mi querido Valle de Bravo, con un tipo al que llamaré, para los efectos de este relato, "mi sastre". Verán.

Paseaba cerca del muelle principal cuando, colgados de un mecate, vi unos chalecos de hilo. Sentado en una piedra, un hombre moreno y rechoncho miraba a las profundidades del universo hurgándose los dientes con un palillo. Me acerqué sacando al hombre de sus profundas cavilaciones: "¿Di a cuánto?", pregunté en mi recién adquirido dialecto vallesano. "Di a 50", me contestó. "¿Yaaa?", respondí. "Se los dejo en 40", agregó, y ahí se nos vino encima el mal entendido (por llamarlo así) que sostiene este relato: "¿De qué talla es su mujer?" "No es para mi mujer", le dije yo, "lo quiero para mí". ¡Pobre hombre!, otro poco y se traga el palillo que todavía estaba mordiendo entre los dientes. Hasta ese momento caí en la cuenta de que los chalecos eran de mujer, y que él se sorprendía de no haber descubierto, a primera vista, "ciertas tendencias" en mi persona. Iba a sacarlo de su error cuando él recuperó el habla. "Eso sí no se va a poder. Me perdona". "¿Por qué, pues?", le dije sin ninguna explicación. "Pus es que nomás no". Yo lo miraba esperando una sentencia fatal. "Va usté a decir que soy anticuado", concluyó rascándose la cabeza, "pero no tengo de su talla... se ve que usté usa extralarge". Tuve el presentimiento de que mi sastre calibraba a su clientela a puro ojo. Me acordé de la autobiografía de Groucho Marx, donde cuenta que su padre era un conocido sastre del Bronx, y que todo mundo descubría a su clientela en la calle, pues él se preciaba de tomarle las medidas a puro ojo. Pues igual mi sastre, salvando la distancia que va del Bronx a Valle de Bravo: "Mire", le dije, "yo no soy como usted piensa..."

Aquí debo confesar que yo no sabía cómo pensaba, pero lo suponía: "Me gusta su chaleco porque se me va a ver bien con un traje blanco de lino que tengo en mi casa". Mi interlocutor soltó un suspiro largo. "Así es diferente", dijo, "pero de todos modos...

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