De Memoria / Fetichismo novelero

AutorSealtiel Alatriste

6 de agosto de 1973: Muere Fulgencio Batista, ex Presidente y dictador de Cuba, a los pocos días que se celebraran 15 años de la Revolución.

"Mira chico", me dijo el taxista viendo mi atónita mirada por el espejo retrovisor, "se le dice las paladares, como si fueran mujeres". Se refería a los restaurantes públicos que los habaneros tiene en sus casas, y que se han convertido casi en el único negocio legal por el que los cubanos acceden a tener divisas. "¿Y de dónde les viene el femenino?", pregunté intrigado. "Cuando el Gobierno permitió que se abrieran esos lugares, muchacho, se transmitía una telenovela brasileña que nos gustaba muchísimo, y el personaje principal, una moza rubia que se llamaba Paladar, abría un restorán. Al poco tiempo, todo mundo andaba llamando a sus restauranticos caseros Paladares, Las Paladares, en honor a la heroína, pues. Y mira, ven acá, te digo otra cosa, a Paladar le iba tan bien con su comedorcito que la gente creyó que le iba a ir igual. Qué te voy a decir, los cubanos creemos que los nombres dan suerte".

Me hizo gracia, no sólo la historia, sino la afición a los nombres de los habaneros. Tienen razón, los nombres son sagrados, eso lo sabe cualquiera: desde la antigüedad nombrar algo adecuadamente convoca buena fortuna, ¿por qué no darle a la tal Paladar, como si fuera diosa del panteón Oruba, la responsabilidad del éxito del nuevo espíritu empresarial cubano?

De alguna manera había ido a La Habana precisamente para averiguar el estado de la apertura empresarial de la isla, y sin que lo hubiera buscado, ese chofer me había dado una imagen certera de lo que pasaba con tal espíritu. Por un lado, como todo en Cuba, aquella historia me remitía a los años previos a la Revolución, cuando gobernaba Fulgencio Batisa con mano tan dura que tenía a la mayoría de los cubanos ajenos a los beneficios del desarrollo que había creado, en la isla, la inversión estadounidense. Los cubanos de entonces (y una buena parte de los latinoamericanos) vivían fugándose de la realidad, escuchando sus radionovelas. Yo, por ejemplo, recuerdo a mi abuela pegada a su aparato de radio escuchando cada una de las novelas que transmitían La W, La Q, Radio Programas de México.

Hasta los años 50...

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