De Memoria / Eso que llamamos catalán

AutorSealtiel Alatriste

27 de noviembre de 2004: Se inaugura la 18 Feria Internacional del Libro Guadalajara dedicada a la cultura catalana

Siempre me extrañó que el Quijote fuera derrotado en las playas de Barcelona. La entrada a la Ciudad Condal le había provocado una suerte de euforia, como si al ver la majestuosidad de sus edificios hubiera recuperado la energía perdida en el palacio de los Duques, el vigor que había menguado con la infortunada aventura de la Insula Barataria en la que Sancho Panza salió tan mal parado. Recorrer las calles de Barcelona, entrar en una imprenta y combatir el apócrifo de Avellaneda, le habían devuelto el vigor. Podría decirse que su tercera salida había estado dominada por el sino de su mala estrella.

Si por su prestigio era conocido en los campos de la Mancha, por lo mismo era objeto de burlas sin fin, pero hacia el final, Barcelona se presentaba como la cifra de la recuperación de su buena suerte. La Ciudad le traería la fortuna que los hados le habían escamoteado.

Habría que recordar que no era la primera vez que la novela ensalzaba a Cataluña, los elogios que el cura y el barbero brindaron a Tirant lo Blanc, el libro insignia de la cultura catalana, eran indicios de sus preferencias.

El lector siente que Miguel de Cervantes tenía un afecto especial por lo catalán, que la singularidad de su cultura le provocaba admiración y le daba fuerza. El sitio de la derrota no había sido elegido al azar, encerraba un enigma, uno de los acertijos tan caros a la cultura del barroco.

En los años que he residido en Barcelona, muchas veces he paseado por las callejuelas del barrio gótico que colindan con el puerto, las mismas que tuvo que ver Cervantes en sus visitas a la ciudad, las mismas que Don Quijote admiró antes de preparar el combate que le esperaba en las playas barcelonesas. Es un dédalo encantado que subyuga a quien lo ve. Los extranjeros quedamos fascinados por las calles angostas, por los balcones que casi se tocan unos con otros, por la huella medieval que pervive en los rincones, y por el aliento cabalístico que flota en el ambiente. No es un lugar fuera del mundo, es el epicentro de la cultura catalana.

Desde algún rincón es posible ver las torres de la Catedral de Santa María del Mar, mientras el picor salado de la brisa que corre entre los callejones confunde nuestros sentidos. ¿Qué podrían significar para un castellano de cepa, como Cervantes o Don Quijote, aquel menjurje emocional palpable en el laberinto gótico de...

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