De Memoria / 'Que sí, que no, el ruletero'

AutorSealtiel Alatriste

16 de abril: Se celebra el día

de esos controvertidos personajes

llamados taxistas.

A pesar de que ahora su nombre es el de taxi, en mi infancia los llamábamos libre o ruletero. Todavía hoy me llama la atención cómo la gente se dirige a ellos: "¿Está usted libre?" Es una fórmula cortés como metafísica, que el interpelado contesta con un laconismo que dejaría pasmado a un filósofo: "Sí", o "no", abre o cierra la puerta, y se arranca con un rechinido de llantas.

Había una denominación más, utilizada normalmente por mi abuela, que desgraciadamente ha caído en desuso (la denominación, mi abuela simplemente está muerta): coche de alquiler. Mi abuela era una mujer rolliza, que pesaba unos 120 kilos que, dicho sea de paso, a ella siempre le parecieron inexplicables. "No sé por qué estoy gorda m'hijito", me decía; y yo, por no dejar, le preguntaba qué había cenado la noche anterior. "Casi nada: ocho mangos y un vaso de café con bizcochos". Pues este inexplicable exceso de peso la discapacitaba (como se diría hoy) para abordar camiones y prefería trasladarse en auto. "Tomemos un coche de alquiler", me decía parada en la esquina de Niño Perdido y Uruguay, después de que habíamos comido una frugal merienda de un kilo de churros y cinco tazas de chocolate a la española. Extendía la mano a un auto con bandera roja, preguntaba si estaba libre, y nos subíamos encantados de la vida a nuestro coche de alquiler.

Subirse a un ruletero siempre me ha parecido como entrar al territorio de la conversación. No concibo a un chofer que no sea, a la vez, un buen conversador y un conocedor al detalle de la geografía de la ciudad (aunque en este último punto la realidad me contradiga). Una vez tomé un libre con mi papá, y le dijo: "Lléveme a tal o cual lugar"; el chofer arrancó y mi padre empezó con una letanía de indicaciones: "tome a la izquierda, en el semáforo se da vuelta en u...". El chofer, indignado, frenó, vio a mi padre por el espejo retrovisor, y le preguntó: "¿Me permite que lo lleve yo?" ¡Eso es casta de ruletero! Papá se sumió en el asiento y le dijo que nos llevara por donde él quisiera. Después de este aguerrido inicio, sin embargo, la conversación se deslizó de lo mejor, pero como mi papá ya no era un niño de 10 años, evitamos el tópico preferido de los ruleteros: las viejas, los antros, el bajo mundo citadino.

La época de oro de los ruleteros ocurrió en los años 50, cuando Pérez Prado les compuso su mambo (Que sí, que no, el ruletero), y no sé a quién...

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