Memorias de La Silla / El cachorro de la Revolución

AutorGuadalupe Loaeza

De Miguel Alemán (1900-1983) se han escrito muchísimas cosas, con nostalgia y sin ella, con admiración y crítica. Es un periodo que ha quedado tan lejos, que se han perdido muchas referencias, aunque el término de "político alemanista" ha quedado como sinónimo de político millonario.

Recordemos que la novela Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco ocurrió en su sexenio, de 1946 a 1952. José Emilio recuerda este periodo como el de las infinitas ceremonias para colocar primeras piedras de hospitales, carreteras y escuelas; como la época en que llegaron empresas extranjeras y en que la gente veía emocionada las maravillas de la civilización: las lavadoras, los refrigeradores, las plumas atómicas, los detergentes, las licuadoras. Llegaban los alimentos norteamericanos como los hot dogs y los hot cakes. Así que la Ciudad de México, antes todavía tranquila, se convertía en una gran metrópoli. Pero, al mismo tiempo, nuestro país carecía de libertad de expresión y estaba lleno de caciques todopoderosos. Los priistas de entonces, comenzando por don Fidel Velázquez, usaban sus lentes oscuros impenetrables y se vestían con sus trajes grises; tenían cara de monolitos y coreaban todo lo que decía el Presidente gracias a la "disciplina del partido". Hacer una comparación de los priistas de entonces y los de ahora, estoy segura, sería motivo de un estudio de lo más profundo y de lo más divertido.

Una muestra de esa manera de hablar, en que todo discurso era una lluvia de eufemismos, es el discurso que pronunció Vicente Lombardo Toledano cuando Miguel Alemán fue nombrado candidato del PRI: "Seremos soldados de la Revolución como lo hemos sido toda nuestra vida, y usted es un cachorro de Lázaro Cárdenas y Manuel Avila Camacho. No hay necesidad de inventar actitudes: el pueblo organizado anuncia su programa; usted lo acepta. Tiene usted el ejemplo vivo de Manuel Ávila Camacho y Lázaro Cárdenas". Curiosamente, desde entonces se le comenzó a decir "Cachorro de la Revolución" a este político que tenía un aspecto algo diferente a lo común: era muy simpático, desenfadado y con una enorme sonrisa. Además, como era veracruzano, de Sayula, muy cerquita de Catemaco, tenía un carácter enormemente atractivo. Cuántas cosas se decían de sus romances y de sus conquistas. Hasta él mismo, se cuenta, le daba madeja a los rumores. En una ocasión, le sugirió a Palillo, el conocido cómico político, un apodo para que usara en sus actuaciones: "el Gato Félix", porque...

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