Memorias de La Silla / El primer Presidente

AutorGuadalupe Loaeza

Es inevitable preguntarse, al escribir estas "Memorias de La Silla", por la primera persona que la ocupó por primera vez. Todos sabemos que el primer presidente de México fue Guadalupe Victoria, que nació en Durango, y que fue un general que luchó en la guerra de Independencia.

Lo que no muchas veces sabemos es que fue Presidente a partir de 1824. Es decir, que luego de que se consumara la Independencia pasaron tres años para que se pudiera elegir un Presidente. ¿Cómo habrá sido este personaje en la vida íntima?, ¿cuál habrá sido su personalidad? Se dice que, entonces, los presidentes casi no conocían el país, pues no se acostumbraba viajar por el interior, ni mucho menos a otros países. En su juventud, los políticos quizá conocían algunas ciudades, y si eran militares tal vez les tocaban campañas gracias a las cuales podían darse una idea de la vida mexicana. Pero, en realidad, eran funcionarios que trabajaban en su despacho en Palacio Nacional.

Acerca de Guadalupe Victoria podemos decir que su verdadero nombre era José Miguel Fernández Félix, y que nació en 1786, en Tamazula, y que vivió 57 años. Estudió en la Ciudad de México, en el Colegio de San Ildefonso, pero se escapó cuando se enteró del levantamiento de Miguel Hidalgo y se fue a poner a las órdenes de José María Morelos. Entonces, peleó en numerosos lugares pero, luego de muchas batallas, Morelos lo envió a defender Veracruz. Emocionado por poder colaborar con Morelos y feliz de pelear por la Independencia, decidió cambiarse el nombre y se puso "Guadalupe Victoria", por la devoción que le tenía a la Virgen y porque esperaba ganar. Aunque hay que recordar que el segundo apellido de su padre también era Victoria. Curiosamente, cuando se casó (después de haber dejado la Presidencia) usó su seudónimo, así que su esposa se llamaba María Antonia Bretón de Victoria.

Por suerte, la marquesa Calderón de la Barca, la maravillosa escritora inglesa que vivió en México, lo conoció, por lo que nos dejó un pequeño retrato de él: "Es un honrado y sencillo ciudadano, melancólico, cojo y de alta estatura, de limitada conversación, aparentemente amable y de buen natural, pero ciertamente no cortesano ni buen orador; humano y que siempre ha demostrado ser sincero amante de lo que él conceptúa libertad, y que nunca ha procedido por ambición y motivos interesados".

Acerca de su ingenuidad, la marquesa Calderón nos relata una anécdota que a ella le parecía demasiado absurda para ser cierta. Se contaba...

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