Metropólitan, 60 años en escena

AutorPerla Ciuk

La aparición del cinematógrafo en 1895 revolucionó al mundo. Un aparato que era cámara, proyector e impresora a la vez dio movimiento a la imagen, atravesó los océanos y permitió a la humanidad dar un viaje interminable a través del tiempo, la fantasía, la historia, las costumbres y tradiciones.

Su inventor, el genio francés Louis Lumière, nunca imaginó que décadas más tarde el cine modificaría también la tomografía de las ciudades. La evolución del cine como espectáculo masivo determinó en la Ciudad de México, a partir de los años 20, la adaptación de antiguos teatros y la construcción de decenas de salas cinematográficas -enormes edificios-, espacios con capacidad para recibir hasta a 7 mil 500 espectadores, como fue el caso del cine Florida.

El público disfrutaba tanto de las películas como de la arquitectura de verdaderos palacios, cuyos estilos variaban desde el art noveau hasta la corriente modernista de los años 50; gran contraste con las uniformes salas de hoy, en las que el mayor atractivo es la dulcería.

De todos estos monumentos erigidos en aras del celuloide, contados son los que sobrevivieron al triste destino de convertirse en estacionamientos, establecimientos comerciales o, en el mejor de los casos, cines múltiples.

De los que permanecen abiertos en calidad de teatros, sin duda el más bello es el Teatro Metropólitan, icono de una época postrevolucionaria de auge económico, político, artístico y social, y de la modernidad de los años 40, mismo que mañana, 8 de septiembre, cumple 60 años de haber sido inaugurado en una noche fría y lluviosa de 1943.

Citado en las crónicas de la época como un "Magnífico Coliseo", "versallesco" o "el mejor después de Bellas Artes", la apertura del Metropólitan coincidió con el año en que el cine mexicano se convirtió en una verdadera industria, al alcanzar una producción de 70 películas, número de cintas con el que México rebasó a España y Argentina.

Entre los factores que estimularon al séptimo arte durante el gobierno del Presidente Manuel Avila Camacho, destaca, en primer lugar, la Segunda Guerra Mundial, conflicto que definió la producción y la temática del cine en todos los continentes y que evitó la competencia de nuestro país con el mercado europeo y redujo la misma, de alguna forma, con Estados Unidos.

Se aúna a este panorama el apoyo del Banco Cinematográfico a la producción y la distribución y, fundamentalmente, la ayuda norteamericana, a través de la Oficina Coordinadora de Relaciones Internacionales -dirigida en Washington por Nelson Rockefeller-, organismo que se encargó de surtir equipo a los estudios mexicanos, financiar a los productores e instruir a los trabajadores de los estudios Clasa y Azteca con especialistas enviados de Hollywood, a cambio de promover un cine en castellano que favoreciera a los Aliados.

La situación política se conjuntó con la visión de decididos inversionistas, exhibidores de cine, y el extraordinario...

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