México en sus museos

AutorRaquel Tibol

El museo, como expresión cultural, es un producto de la Revolución Francesa. Fue en 1739 cuando el famoso Museo del Louvre abrió sus puertas al público, rompiendo entonces, y para siempre, la tradición europea, asiática, africana y americana de que las ricas colecciones de pinturas, esculturas, objetos refinados o curiosos, armas, sellos, vidrios, metales, monedas, medallas, animales, carruajes, mapas, libros raros, vestidos, vasijas y tantas otras cosas pudieran ser gozadas sólo por reyes, sacerdotes de alto rango, mercaderes afortunados. Hasta entonces el goce, el análisis y aun el acceso a objetos bellos o exóticos estaban reservados (fuera de los templos) a los poderosos. Con la entrada de la plebe, a fines del Siglo 18, al Castillo fundado por Felipe-Augusto en el Siglo 12, comienza para la cultura una nueva posibilidad y, por lo tanto, un nuevo problema. Porque no se trataba sólo de abrir las puertas que habían permanecido cerradas por centurias y milenios y dejar que muchos vieran lo que antes pocos habían visto. El cambio de público impuso de inmediato cambios en el carácter de los recintos que guardaban las colecciones. Fácil resulta comprenderlo. Mientras las puertas permanecieron cerradas, los conservadores y vigilantes de aquellas riquezas cuidaban celosamente de ellas porque quizás alguna vez el señor rey o el señor conde o la señorita dama de honor o al señor Obispo se les podía ocurrir detenerse y deleitares frente a un mármol griego, a una talla germana, un vaso egipcio, una deidad oriental.

Abiertas las puertas surgieron de inmediato problemas que exigieron pronta solución: espacio adecuado para que circulara el número siempre creciente de curiosos, y la necesidad de revelar a los ignorantes -que fueron entonces y siguen siendo mayoría- los secretos esenciales de los objetos. Casi simultáneamente a la apertura del Museo de Louvre, en los más importantes países de Europa viejos palacios comenzaron, a principios del Siglo 19, a ser acondicionados como museos. Pero era tal el atractivo de los objetos bellos o interesantes, y el público crecía tan rápidamente, que pronto surgió la necesidad de levantar edificios destinados específicamente a museos. Creo que el primero de ellos fue el viejo Museo de Berlín, inaugurado en 1824.

El museísmo se convirtió rápidamente en una inquietud universal y México no fue excepción. En 1822 Lucas Alamán fundó el Conservatorio de Antigüedades; pero el primer Museo Nacional surgió del acuerdo firmado por el primer Presidente del México independiente, Guadalupe Victoria, el 18 de marzo de 1825, quien confió las colecciones existentes al presbítero y doctor Isidro Ignacio de Icaza, el cual recibió nombramiento oficial de conservador hasta 1831. El panorama entonces era el siguiente: por aquí y por allá existían colecciones de códices, piedras antiguas, armas, diversos objetos históricos. El primer rincón que encontró Isidro Ignacio de Icaza para organizarlas fue en la Universidad, donde pronto comenzó a ahogarse por falta de espacio.

Fue Maximiliano de Habsburgo quien dispuso ponerle casa al Museo y destinó para ello la antigua Casa de Moneda. Ahí el Museo habitó y se desarrolló durante 98 años. Comenzó su funcionamiento como Museo de Arqueología, Historia Natural e Historia Nacional. El desarrollo cultural y científico del país hizo crecer las colecciones y obligó en 1910 a efectuar la primera división: el Museo de Historia Natural, con material zoológico, botánico y geológico quedó instalado en el pabellón que hoy ocupa el Museo del Chopo. El segundo desmembramiento se produjo durante el Gobierno del General Lázaro Cárdenas; entonces el Museo de Historia fue trasladado al Castillo de Chapultepec, donde se reunieron las colecciones correspondientes al virreinato, a las luchas de independencia y periodos subsiguientes. Desde su campaña como candidato a la Presidencia de la República, Cárdenas se había expresado en contra de la neutralidad del Estado en materia educativa. Consideraba que la enseñanza laica preconizada por el artículo tercero constitucional se explicaba como un triunfo de quienes redactaron la Constitución de 1857, cuando quitaron de los códigos la imposición de la religión católica como religión oficial; y en 1934 subrayaba que el Gobierno de la Revolución debía comprometerse en la "emancipación espiritual y material" de la población mexicana. Al protestar como Presidente de la República expresó: "Nada puede justificar con más elocuencia la larga lucha revolucionaria mexicana como la existencia de regiones enteras en las que los hombres de México viven ajenos a toda civilización material y espiritual, hundidos en la ignorancia y la pobreza más absoluta...

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