La mirada indiscreta

AutorHoracio Castellanos Moya

A S.D.

Nunca pudo evitarlo; nunca quiso evitarlo. Era algo que estaba más allá de su voluntad. Simplemente reaccionaba, como quien se hace a un lado en la calle si ve que un carro lo embiste. Sus mujeres siempre lo detestaron por ello; pero él sólo se percataba hasta que sufría el pellizcón o el codazo certero en las costillas. Incluso si le advertían, por ejemplo en un restaurante, que se comportara, que no fuera a ver a la chica de la mesa de al lado que entonces se ponía de pie, él lograba controlar los movimientos de su cuello y mantener el rostro fijo en su interlocutora, como niño bien portado, pero en el instante en que la chica vecina pasaba a su lado, sus pupilas hacían un súbito deslizamiento hacia el rabillo del ojo y se posaban un segundo en el culo de la caminante.

Ni siquiera dependía de la calidad del trasero. A menos que se tratara de una evidente discapacitada o deforme, ninguna se salvaba de su mirada, de esa súbita descarga escrutadora, morbosa, que traspasaba cualquier tipo de vestimenta, calibraba en un instante, y retornaba en seguida a su posición anterior como si nada hubiera sucedido, como si en realidad sólo se hubiese fijado en la mancha de un pantalón, en el corte de una falda.

Tampoco importaba el lugar donde se encontrara; su vicio era más fuerte. Podía estar en la antesala del despacho del político o del empresario más importante, en espera de una entrevista, que si la secretaria salía del escritorio y se ponía de pie, sus ojos de inmediato buscarían el culo de la susodicha. Le gustaba recordar que desde su temprana adolescencia, cuando aún debía ir a misa por costumbre familiar y escolar, el momento más deseado -la razón de estar sentado en una de las primeras bancas- era el de la comunión, cuando las chicas se paraban para hacer aquella fila en la que él paseaba sus ojos a su antojo, con cara compungida, como si estuviera orando por las purificación de esas almas y no simple y llanamente viéndoles el culo.

En algún momento, cuestionado con rabia e indignación por una de sus amantes, buscó una explicación: una vez dijo que la causa radicaba en el hecho de haber estudiado desde primer grado hasta último de bachillerato con los hermanos maristas, en un colegio sólo para varones, donde nunca podía ver chicas; otra vez explicó, llevándoselas de chistosito, que quizá en su...

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