MIRADOR

AutorArmando Fuentes Aguirre

La tía Conchita, única hermana de mi padre, era tenue y era dulce. Parecía un ángel que, salido del Cielo por error, anduviera extraviado acá en la Tierra. Cierto día -de esto hace ya muchos ayeres- la invitamos a ir "al otro lado". Pensamos que tenía visa. En la frontera estadounidense el guardia le pidió su documento. Ella sacó del bolso una fotografía y se la mostró. "Somos el Prieto y yo", le dijo. El Prieto era su marido. Sonrió el hombre, y la dejó pasar.

Muchas cosas del mundo la asustaban, y casi todas la llenaban de asombro. Se entristecía porque la mujer de la casa vecina le gritaba con enojo a su niño más pequeño, cuando lloraba: "¡Cállese el hocico!", en tanto...

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