MIRÓN DE PALO / Ojos que no ven

AutorPedro Lara y Malo

Para descubrir lo egoístas que somos, la mayor parte del tiempo no se necesita más que una breve reflexión, pero vivimos abstraídos en nuestras pequeñas burbujas de comodidad y ocupaciones absorbentes.

Quien puede leer esto es, en el fondo, un privilegiado, y ese privilegio es en sí mismo una vacuna contra la compasión, la comprensión del otro y el compromiso que implica vivir en una sociedad que todos los días nos recuerda lo mucho que podemos hacer por quienes más lo necesitan, en algunos casos con verdadera urgencia, para lo cual basta con salir y abrir los ojos un poquito, en la medida en la que cada uno desee descubrir lo que verdaderamente ocurre a su alrededor, con un poco de humanidad.

Durante los días pasados, el que esto escribe tuvo que trasladarse al Centro Histórico en un par de ocasiones, cosa que hace mucho no ocurría, y recordé que una Ciudad como la nuestra es un extraño y persistente déjà vu que provoca otro no menos raro déjà vecú, algo así como ver y volver a sentir que el mismo perro nos muerde dos veces seguidas.

Dos días de ir al Centro, a las entrañas mismas de ese monstruo, fueron suficientes para redescubrir su montón de obras inútiles, sus marchas con reclamos variopintos, y hasta un cúmulo de voluntariosos que parecen acudir a él con afán de sufrir por puro gusto masoquista.

Por ejemplo, de buena mañana, descubrí que desayunar, mientras pretende uno leer las noticias desde una terraza con vista al Zócalo, es poco más que una tarea imposible, a menos que se esté dispuesto a esperar hasta que éste se convierta en merienda, que es cuando la primera mesa se desocupa.

Luego de una caminata con la mirada atenta, viendo policías que bostezan debajo de su amarilla gorra revienta-pupilas, uno piensa en la necesidad de cosas verdaderamente extrañas, como que se reglamente esa Ley de Salud Mental que de momento sigue siendo tan inaplicable como urgente, o los más de 70 decibelios que, en algunas zonas, por mucho...

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