¿Momias curativas?

AutorFrancisco González Crussí

Desde siempre, el hombre trató de aliviar sus males aplicándose material humano. Tal vez uno de los remedios más antiguos fue lo que un historiador llamó el "polvo de hombre", es decir, una sustancia pulverizada proveniente de cuerpos momificados. Las indicaciones médicas eran muy amplias: supuestamente, el polvo de momia servía para sanar fracturas, aliviar contusiones y curar la jaqueca, la tuberculosis, la parálisis, el dolor de garganta y muchos otros padecimientos.

La introducción de este original remedio se atribuye a los árabes, a quienes se debe también la palabra momia. Al español pasó a través del latín mumia, pero el vocablo procede del árabe mumiya, "cuerpo embalsamado"; a su vez de mum, "cera". Por transferencia, se aplicó a diversas materias grasas o glutinosas. En inglés, una expresión arcaica decía beat to a mummy, que puede traducirse libremente como "golpear hasta dejar hecho momia". En su acepción actual, el término se usa desde aproximadamente el año 1600, pero con anterioridad, y a partir de 1400, la connotación más común era una sustancia procedente del cuerpo de una momia y usada con fines medicamentosos.

La gente de todos los pueblos está siempre dispuesta a adoptar remedios que excitan la imaginación, y el uso de la momia, uno entre millares de productos carentes de efecto terapéutico (y no pocas veces dañinos), resultaba particularmente atractivo: la momia egipcia sugiere ceremonias misteriosas y antiquísimas encantaciones mágicas. El remedio estaba destinado a adquirir un gran auge y así fue: tanto los pobres y supersticiosos como las personas de clases acomodadas y con mejor educación creyeron en las virtudes curativas del polvo de momia. Se dice que el Rey Francisco I de Francia llevaba siempre consigo un saquito lleno de polvo de momia mezclado con ruibarbo. Las propiedades terapéuticas atribuidas a esta preparación iban más allá de toda ponderación. Se pensaba que sería útil tanto ingerida como en aplicación externa, es decir, lo mismo en enfermedades de los órganos internos que de la piel, y aun en heridas o fracturas.

Sin embargo, hubo escépticos, entre los que cabe destacar la figura señera del gran cirujano francés Ambroise Paré (1510-1590), cuya oposición a esta creencia resulta singularmente llamativa en una época de credulidad extrema. Una anécdota en la vida de Paré dice que un distinguido señor, Monsieur Christophe des Ursins, se lesionó gravemente al ser arrojado al suelo por su montura. Llamaron a...

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