Los 'monitos' en la historia

Es cierto que los académicos en la materia (Monsi Inc.) se refieren a las historietas en general como el comic. Menos formales y sin duda menos duchos también, los simples mortales, lectores comunes y corrientes de esa literatura párvula, cuya narrativa supuestamente elemental se adereza con ilustraciones que van, según el tema y el autor, de lo ingenuo a lo magistral, las llamamos en principio "monitos" y en seguida solamente "historieta", pequeña historia, pues.

Es verdad asimismo que, habiendo aprendido a leer a los tempranos cinco años de mi edad, cada vez que se presentaba la ocasión mis hermanos me llevaban a la biblioteca pública de la colonia donde ellos llenaban mi boleta y yo me hundía en libracos enormes para mi física pequeñez de entonces y en las obras elegidas, todas tristísimas, desde Genoveva de Brabante hasta El hijo de la Parroquia (Oliverio Twist), desbordaba en silencio, niño huérfano ya, mis necesidades urgentes de llorar y llorar.

No obstante, ya antes de eso, mi natural sed de fantasía se abrevaba en las páginas coloridas que domingo a domingo se publicaban en El Universal, el periódico familiar.

Así, ¡dicha inefable que quedó fresca en mi mente y en mi corazón!, hice míos los personajes lindos, amistosos, de entonces. Igual Pancho y Ramona ("Educando a papá"), del pelirrojo inmigrante irlandés que hizo fortuna, pero nunca adquirió modales de buena sociedad, que el larguirucho Mutt y su cómplice de andanzas, el chaparrito Jeff. Lo mismo el socarrón Capitán Tiburón, su compañero de holganza y glotonería, el Inspector, la señora doña Catana, experta cocinera de pays y protectora de los sobrinos traviesos, malas pécoras, todos residentes -nunca supe cómo ni por qué- de una isla tropical, con todo y aborígenes negros, únicos con atuendo seminudista acorde con el clima, mientras los demás se entrapujaban a más no poder -chistera y abrigote el Inspector-, con la singularidad de que los pilluelos vestían modelos infantiles de la segunda mitad del siglo XIX. Un humanoide felino, el Gato Félix, que ya desde esas fechas tenía visos de eternidad, con una tira anexa de una cotorra (Laura), por supuesto simpática y locuaz, completaba el elenco regocijante y aleccionador.

No me voy a desviar describiendo las muchas producciones que de los Estados Unidos llegaron después, unas buenas, otras geniales: Popeye el Marino, el mago maravilla (Mandrake), el Fantasma, la sensacional Dama del Dragón (de Milton Caniff) y ese prodigio de...

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