Motel 21

AutorCarlos Velázquez

Malditos vicios que me heredó mi padre. El beisbol, la cerveza y los moteles. Él prefería al Dr. Ponche, Nolan Ryan, yo a Roger Clement. Él bebía Indio, yo Modelo. Él era cliente del Pingüino, yo adoraba el Motel 21.

Una ciudad sin basura en la calle, sin travestis y sin perros callejeros no es una verdadera urbe. La personalidad de una ciudad se reconoce por sus bares y por sus cantinas. Pero también por sus moteles. Yo descubrí que éramos una tierra de cogelones cuando escuché hablar del cinco letras. No existe mejor refugio para las tolvaneras que un motel, respondió mi padre cuando mi madre le preguntó por qué chingaos lo habían visto salir del Motel 21.

Durante una estación del año llovía en la ciudad. Se desataba la tolvanera y duraba horas. Lo más prudente era refugiarse, no andar en la calle. De lo contrario llegaba uno a la casa como si recién se acabara de barrer en home.

Mis primeras tolvaneras las asociaba yo a las pistas de baile. Esos encontronazos de conjuntos norteños que se armaban en corralones sin pavimentar. La raza se levantaba a tupirle al taconazo y se desataba la polvareda. Cuando divisaba los remolinos de terregal que se avecindaban en las calles, me imaginaba que toda la población se bailaba Flor de capomo o El columpio.

Pero después de aquel incidente, siempre que arreciaba la polvareda sabía que mi papá estaba cogiendo en algún motel. Antes de poder refugiarme de los terregales en el Motel 21, le tomé una foto al edificio desde la esquina. Le saqué copias y forré con ellas todos mis cuadernos de la secundaria. Me había prometido a mí mismo perder la virginidad en el Motel 21. Pero mis planes se truncaron. No se puede confiar en la familia. A los 16, una tía me violó. No debuté en una casa de citas. Mi padre me inició en el trago, pero no en las mujeres. Temía que lo fuera a delatar. ¿Me estás siguiendo, cabrón?, me preguntó cuando descubrió encima de mi cabecera pegada con cinta la foto que había tomado del Motel 21. Entonces se mudó al Pingüino.

Desterrado mi padre del Motel 21, pude convertirlo en mi segundo hogar. Antes frecuenté varios cinco letras, entre ellos el Pingüino. Valdés, El paseo, El paso, Hacienda, Suite Real, eran nombres de otros moteles. Me parecían tan predecibles, sin personalidad, que me recluí en el 21.

A los 25 años conocí a Pamela. Era estudiante de enfermería. Una ocasión escuché a mi padre decir que las enfermeras, las maestras y las secretarias eras las más calientes de entre las...

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