Muere en Tepito la voz del barrio

AutorIsrael Sánchez

El Barrio Bravo perdió a uno de sus hijos pródigos. El que creció en el número 11 de Fray Bartolomé de las Casas, frente al deportivo que los tepiteños bautizaron como "El Maracaná", y que con sus crónicas volcó las miradas hacia los personajes y escenarios cotidianos de la cultura barrial: Armando Ramírez.

"Hoy, la familia Ramírez comunica que nuestro padre acaba de fallecer", anunciaban en Facebook ayer Marcela, Jimena y Armando, sus hijos, omitiendo la causa del deceso, pero evocándolo como un "guerrero de vida" y "el papá más chingón, amoroso, comprensivo y alentador".

El cronista, narrador, periodista, guionista, dramaturgo y conductor tenía 67 años y había pasado por unos meses difíciles de enfermedad a raíz de la detección de un tumor vertebral que lo llevó a permanecer un tiempo internado en el Instituto Nacional de Neurología a principios de año, después de presentar su última novela Déjame.

Las redes sociales, con reacciones de lectores e instituciones, volvieron tendencia la repentina partida de un autor simplemente ejemplar. El hijo de un boxeador respetado y temido en Tepito, de cuya fuerte sombra logró salir para convertirse en una rara avis del barrio, un hombre sumamente culto que vivía de hacer libros, entregado enteramente a la cultura popular.

"Logró el respeto del barrio convirtiéndose en un gran cronista, en un gran escritor y, finalmente, en uno de los representantes de Tepito, porque había logrado mostrarle al mundo mucho de lo que Tepito era y que los propios tepiteños no eran capaces de mostrar", consideró en entrevista Miguel Ángel Quemain, periodista cultural y amigo cercano de Ramírez.

"Un cronista urbano inmejorable por la frescura de sus entrevistas, por sus hallazgos y por la posibilidad de hacer ver lugares y personajes que mucha gente ni imaginaba", señaló, por su parte, Alfonso Hernández, cronista y fundador del Centro de Estudios Tepiteños de la Ciudad de México, quien creció en la misma manzana que el autor.

A decir de Quemain, la literatura de Ramírez, vertida en obras como Chin Chin el Teporocho y Noche de Califas, está cobijada por una estética de proscripción y bajo mundo, muy al estilo de los autores franceses Louis-Ferdinand Céline o Jean Genet, que el tepiteño conocía bien como el voraz lector que era.

Pese a ser parte de esta literatura moderna que, como José Agustín o Parménides García Saldaña, relató la juventud, la marginalidad y la contracultura, Ramírez careció de los reflectores oficiales.

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