La mujer al poder

Una mujer al mando de una tribu, de un pueblo o de un país todavía a muchos puede parecer un fenómeno extraordinario. Sin embargo, ya desde muchos siglos antes de Jesucristo, el nombre de Semíramis se integró a la leyenda como reina de Asiria y fundadora de Babilonia (quizás la urbe más fastuosa y rica del viejo Medio Oriente) y creadora de sus Jardines Colgantes, una de las Siete Maravillas del mundo antiguo.

No fue el de ella caso único de fémina poderosa. En otras casas reinantes las mujeres tuvieron acceso al trono (por vía de la tradición o de la fuerza). En Egipto, por ejemplo, donde Cleopatra, la última soberana en esa monarquía norafricana, hizo célebre su nombre, no sólo por su proverbial belleza, sino más por sus dotes de diplomacia frente a la Roma imperial naciente. Con mayor lustre y fuerza, otras féminas inscribieron allí su alto rango en la historia. Tal, digamos, Nefertiti, espléndida gobernante, perteneciente a la XVIII dinastía, durante el siglo XIV antes de nuestra era.

Ora que, bien mirado y sin pormenorizar demasiado, lo cierto es que, sin necesidad de acuciosidad excesiva en el rastreo, los nombres significativos saltan ante nuestros ojos en casi (o sin el casi) todas las épocas a las que queramos asomarnos.

Así, sin querer abarcar tiempos remotísimos, pongámosle comienzo a este recuento ya con la Edad Media finiquitada y la América, hasta entonces inasible, ya descubierta o mejor dicho topada. Siglo XVI en el que, en Inglaterra, se da el caso singularísimo de una joven mujer que, heredera de un padre ambicioso y en muchas formas brutal, el rey Enrique VIII, decide tomar sola las riendas del reino muy poco firme aún, bamboleante entre rebeliones republicanas y cismas religiosos, y llevarlo a un auge económico y político sin precedentes. Isabel I, que demuestra que muy poco necesita de la consabida pareja masculina para asentarse en el trono, es llamada "la reina virgen", aunque la castidad no es precisamente su fuerte, sencillamente porque prueba, más que fehacientemente, que su independencia no es una mera fantasía acomodaticia, sino una verdad irrefutable. Con ella, no importa si piratería mediante, se convierte en la Reina de los Mares y potencia de primer orden.

Vale detenerse, asimismo, en otra mujer de agallas recias y de agudeza visionaria: Catalina la Grande, la que, viuda del zar Pedro III, es brillante y pujante soberana de todas las Rusias. Si su antecesor, Pedro I, hizo entrar a su imperio en la modernidad...

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