Naufragan en el imaginario colectivo

AutorMónica Lavín

Somos presa del asombro cuando leemos la historia de los tres náufragos mexicanos -Jesús Vidaña, Lucio Rendón y Salvador Ordóñez- quienes partieron el 28 de octubre de 2005 del Puerto de San Blas y fueron rescatados nueve meses después muy cerca de las Islas Marshall, al otro lado del Océano Pacífico. Nuestro asombro se azuza cuando escuchamos al capitán afirmar que se miran sanos, cuando los oímos hablar y no han perdido lucidez, cuando cuentan que eran cinco y dos murieron de inanición y después de tres días fueron arrojados al mar. Sabemos que libraron el hambre a base de ejercer el oficio que los condujo a su destino de embarcación a la deriva: el de pescadores, y que los peces voladores fueron sustento valioso, que un pato, de las escasas especies que se encuentran mar adentro, varió el menú de altamar; que la lluvia sació la sed, que una cobija les permitió atajar al sol y que estuvieron a punto de volcarse en más de una ocasión, que el radar del atunero que los rescató los confundió con aves que sobrevuelan los bancos de sardinas. Y que ellos querían volar a tierra firme (lo firme con más sentido que nunca). Los acompañó una Biblia, lo mismo que a Robinson Crusoe (nuestro referente literario del náufrago), quien la salvó de la embarcación encallada y cuya lectura le dio entretenimiento y esperanza de salvación.

Lo que nos sucede con la historia que se desgrana en los distintos medios y que aún no tenemos completa es que nuestro imaginario empieza a correr, como si fuéramos nosotros los propios hombres a bordo de la estrecha lancha de fibra de vidrio de tres por nueve metros, bajo la noche oscura y con la incertidumbre que no pueden despejar las estrellas de saber si se va hacia la muerte o a una pronta salvación, registrar el paso de los días por el puntual aparecer del sol en el horizonte y preguntarnos qué habríamos hecho con nuestras necesidades primarias y con el confinamiento obligado y a la deriva compartiendo nuestro destino con otros, disipando el silencio con la conversación. ¿De qué hablaron los pescadores en tantas horas vacías cuando no dormían debilitados por el hambre y el sol?¿Qué pensaron? Esa es quizá la pregunta que más nos inquieta. ¿Cómo actuaríamos nosotros de estar allí y qué haríamos con la inevitable confrontación de nuestros pensamientos?

Sabemos que Jesús, Lucio y Salvador y los otros dos a los que se refieren como el señor Juan y El Farsero eran hombres de costa, con ciertos rasgos físicos y atributos de...

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