Navegar el fin del mundo

AutorDebbie Pappyn

Fotos: David De Vleeschauwer

Sin duda alguna, un sueño recurrente de cualquier trotamundos es descubrir la Antártida. Sin embargo, esa empresa encierra lo que incluso los viajeros más aventureros pudieran considerar una pesadilla: navegar por el tristemente célebre Paso Drake para llegar al Continente Blanco. ¿Acaso hay una alternativa?

Hasta hace poco, sólo los científicos e investigadores utilizaban la puerta trasera de acceso a la Antártida: no por barco, sino en avión desde Sudamérica o aún desde Ciudad del Cabo.

¿Por qué navegar el Paso Drake si en sólo tres horas puedes estar parado con ambos pies sobre el Último Continente, sano y salvo, sin un rostro amarillo-verdoso, sin el estómago revuelto y otros síntomas aún menos placenteros del mareo causado por las olas de hasta 15 metros que le dan tan mala fama al trecho entre la punta de Sudamérica y la Península Antártica?

Y llegar volando también significa estar completamente listo y lleno de energía para descubrir esta parte extrema de la Tierra. En el 2001, a una astuta compañía chilena se le ocurrió la idea de crear un puente aéreo durante los meses de verano entre Punta Arenas, la ciudad más meridional en la Patagonia chilena, y la Península Antártida, de modo que está disponible no sólo para biólogos, oceanólogos y climatólogos, sino también para el turista común.

Así que imagínate: nada de Paso Drake, sin un itinerario de 19 días de navegación en la Antártida que sólo los viajeros adinerados con muchísimo tiempo pueden solventar. Nada de días perdidos en el mar: sólo la Antártida de manera compacta: seis días fantásticos llenos de adrenalina a bordo de un pequeño barco expedicionario, sin cruzar el Drake.

Rápido e intenso

Podríamos apostar a que Ernest Shackleton y Roald Amundsen nunca habrían soñado con esto. Un cómodo arribo en Punta Arenas al atardecer, donde los cielos oscuros y nublados tan típicos de la Patagonia te dan la bienvenida. O quizá, quién sabe, una advertencia.

Punta Arenas es una de esas ciudades en los confines del mundo que atraen a muchas personas raras y excéntricas. Entre ellas a los que salen para trabajar y vivir en la Antártida durante largos periodos.

"Nosotros cruzamos la Patagonia chilena en un vehículo 4X4 y terminamos nuestro viaje con una semana en la Antártida", cuenta Matthias, productor televisivo alemán, quien resulta ser uno de nuestros compañeros huéspedes, y a quien conocimos durante la cena de bienvenida en el hotel la noche antes de partir.

"¿Cómo será volar a la Antártida? ¿No tienes idea? En cualquier caso, tres horas en el aire con un poquito de turbulencia debe ser mejor que tres días de mares agitados", comenta con una sonrisa.

La sesión informativa del Antarctica XXI nos saca de dudas. Qué sí y, sobre todo, qué no puedes hacer en la Antártida. ¿Cómo protege el visitante a este frágil pedazo de la tierra? ¿Cómo bajas de una lancha inflable Zodiac en aguas turbulentas y gélidas? ¿Qué pasa cuando aterrizamos con el avión? Y la respuesta a la pregunta más apremiante de los otros 50 compañeros viajeros: ¿podemos salir mañana?

"Sí, parece que el clima es estable, pero eso siempre puede cambiar", advierte un miembro de la expedición Antarctica XXI. "Con un poco de suerte, volaremos a la Antártida mañana, poco después del mediodía. ¡Estén preparados!"

Viaje redondo

¿Cómo luce un avión que puede aterrizar en la Antártida? Pues para ser honestos, muy normal. No esperes una máquina como las que a veces ves en National Geographic, un desvencijado avión ruso de acero con nariz de cristal y un piloto barbado y quizás hasta medio borrachín manipulando los controles. No, el BAE-146 construido en Gran Bretaña por la British Aerospace luce muy neutral, salvo que la palabra "Antártica" decora orgullosamente su fuselaje.

Posteriormente aterrizamos en la Isla Rey Jorge, hogar de la Base Presidente Eduardo Frei Montalva de Chile. El aterrizaje no tiene lugar sobre hielo, sino sobre una pista de...

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