Neonazis: el horror

AutorAndrés Tapia

A Martin, Kristin, Polly, Ariel, Georg y Stefan: alemanes sin culpa y sin mancha

La fragilidad es un niño vietnamita que se aferra a una mochila mientras viaja en un vagón del tren urbano de Berlín que está repleto de skinheads. El horror... el horror es otra cosa.

Alberto Adriano podría definirlo... pero ya no puede contarlo. La madrugada del 11 de junio del año pasado, Adriano, un hombre de color nacido en Mozambique, volvía a su hogar en la ciudad de Dessau, situada en lo que otrora fue la República Democrática Alemana, en donde era empleado en una planta empacadora de carne. Mientras cruzaba un parque, tres hombres jóvenes (dos de 16 años y el otro de 24) que pocas horas antes se habían conocido en la estación de trenes de la ciudad y habían pasado el tiempo bebiendo cerveza, le salieron al paso y lo tundieron a golpes y patadas durante cerca de cinco minutos, al tiempo que le gritaban: "¡Fuera de nuestro país, negro asqueroso!". Quizá les escuchó, quizá no. Enrico Hilprecht, el mayor de sus atacantes, admitió en su confesión haber pateado al menos 10 veces la cabeza de Adriano, incluso cuando éste ya no se movía. Quizá, también, durante los tres días que agonizó, en la mente de Adriano aparecieron deformadas las imágenes de su esposa, Angelika -una mujer nacida en Alemania- y de sus tres hijos; quizá. De lo que no hay duda es que esa madrugada Adriano supo de aquello a lo que quiso referirse Joseph Conrad en El corazón de las tinieblas cuando en la línea final de la novela hizo decir al agente Kurtz: "¡Ah, el horror! ¡El horror!".

Adriano fue la última víctima de algo que comenzó en 1990, el año de la reunificación alemana, con el asesinato del inmigrante angolano Amadeu Antonio en la comunidad de Eberswalde, Brandemburgo, a manos de un grupo de jóvenes. La euforia y alegría de la "gloriosa noche" del 9 noviembre de 1989, el día de la "caída" del Muro de Berlín, habían desaparecido y la mutación de una especie que se creía extinta reapareció en toda Alemania, pero especialmente en los territorios que formaron parte de la RDA: los neonazis.

Dresde, Weimar, Leipzig, Berlín, Jena, Rostock, Dessau, ciudades en cuyo seno se han escrito algunas de las páginas más extraordinarias de la historia y la cultura universales, se convirtieron en el caldo de cultivo del extremismo de derechas. Y comprender el porqué de ello no es algo sencillo.

Marita Schieferdecker-Adolf, comisionada para asuntos de extranjería de la alcaldía de Dresde, lo explica de esta manera.

"Por un lado hay jóvenes que sienten que son los perdedores del cambio (la reunificación) y que los extranjeros han venido aquí a quitarles los empleos que les pertenecen; por otro, este sentimiento de odio es inseminado en ocasiones por los propios familiares de los chicos, gente ignorante, de pequeños pueblos, cuyos abuelos y padres eran nazis o simpatizantes de ellos".

Apenas una tercera parte de la población total de Alemania vive en el Este; sin embargo, es ahí donde se localiza más de la mitad de los neonazis que las autoridades alemanas tienen registrados (aproximadamente 50 mil en todo el país) y donde se han registrado los acontecimientos más violentos y la mayor parte de los delitos de carácter racista. En el estado de Sajonia, por ejemplo, se estima que habitan cerca de 3 mil activistas de la ultraderecha (6 por ciento).

El Ministro del Interior alemán, Otto Schily, señaló en una ocasión que las causas de esta radicalización en Alemania del Este habría que buscarlas en el hecho de que esa parte de la sociedad tiene estructuras democráticas sólo desde hace 10 años, por lo que cabría esperar residuos de autoritarismo que han derivado en este fenómeno. Dichas estructuras democráticas, además de recientes, son también deficientes: en Alemania del Este el desempleo es casi dos veces mayor que en el Oeste, y muchos de sus habitantes sienten que el gobierno los trata como a ciudadanos de segunda.

Los skinheads, sin embargo, apenas son la infantería, carne de cañón. Los mariscales de campo, aquellos que no llevan la cabeza rapada ni marca alguna que pueda distinguirlos, permanecen la mayoría de las veces ocultos. En consecuencia, son más peligrosos. En algunos casos se trata de verdaderos nazis, es decir, ex soldados de las SS (Schutzstaffel), el oscuro cuerpo de élite del Partido Nacionalsocialista, o hijos o nietos de aquellos que heredaron o adquirieron las ideologías del Tercer Reich y que, a diferencia de los skinheads, no sólo se encuentran las ciudades que formaron parte de la RDA, sino también en la alguna vez llamada Alemania Occidental.

Yaron Svoray, un ex policía israelí que por azar se convirtió en investigador, escribió hace unos años un libro inquietante al respecto: In Hitler's Shadow (Constable, Londres, 1995). Primero por azar y cuenta propia, y más tarde con el apoyo del Centro Simon Wiesenthal en Los Angeles, Svoray cuenta que, haciéndose pasar por un periodista australiano radicado en Estados Unidos, se infiltró a un grupo de extremistas de derecha en Alemania. Avidos de apoyos económicos para financiar su organización y encumbrar en la dirigencia de un partido afín a un nuevo "führer", los neonazis vieron en Ron Furey (la identidad que utilizó Svoray) a un "amigo" del movimiento que podría conseguirles buenos contactos en Estados Unidos, amén de financiamiento para sus propósitos. Gracias a sus nuevos "amigos", Svoray relata que visitó un campo de entrenamiento de paramilitares neonazis, que en su momento viajaron a la antigua Yugoslavia para...

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