Entre Paréntesis/ Nieve de algodón

AutorDavid Martín del Campo

Ponerlo o no ponerlo, ése es el dilema. Desde finales de noviembre, como en el drama de Macbeth, el bosque de Birnam llega a la ciudad. Es decir, innumerables pinares se van extendiendo por doquier: en las banquetas de los tianguis, en el estacionamiento del supermercado, y los hay de todos los precios. El árbol de Navidad, entonces, nos espera ahí, trunco y crucificado con tres clavos... para que no se caiga.

Nunca somos tan boreales como en la época navideña. La prensa lo publicita con alardes excesivos (porque en la Navidad todo es excesivo), celebrando que la nevada en Toluca "vistió el paisaje con ribetes alpinos". Y etcétera, etcétera. Como si ser meridionales nos privara, un poco, de la gran fiesta de Pascua navideña. Y de ahí, después, la falsa nieve de algodón, los Santa Clauses de pelucas albinas pululando por doquier, el consumismo enfermizo disfrazado de falsa magnanimidad.

Antes, cuando existía el correo, llegaban a casa tarjetas de Navidad por decenas. Recuerdo a los carteros, que no se daban abasto, y sobre la falsa chimenea colocábamos las más vistosas repitiendo todas la consabida frase que terminaba con el "y próspero Año Nuevo". Luego vino el periodo negro del Echeverri-salinato, en el que la crisis extinguió, casi, a la clase media.

Así quedaron solamente los buenos deseos y los mejores recuerdos. Fue la época en que muchísimos padres optaron por la racionalidad y delataron la verdadera identidad de los Reyes Magos, se comenzaron a preferir los vinos nacionales, y en vez de suéteres las tías decidieron obsequiarme vistosas bufandas.

De La Navidad en las montañas, la entrañable novela de Manuel Altamirano, al "Desfile navideño de Walt Dysney" perpetrado en las principales avenidas capitalinas hace un par de semanas, queda compendiada toda nuestra ilusa Epifanía. Por lo menos, que una vez al año seamos píos, verdaderamente cristianos, santos de turrón y sidra, a ver luego cómo pagamos en enero la tarjeta de crédito.

Es el tiempo de los aguinaldos, de los villancicos, de las castañas asadas y de las cartitas a Santa Claus. La temporada de las posadas y las "preposadas", los ponches, los nacimientos, las esferas y las reconciliaciones. Muy difícil resulta eludir esa avalancha de jolgorio y sensiblería, muy difícil no caer en sus abundantes tentaciones de carbohidrato y oropel, muy difícil no ser momentáneamente feliz.

El origen precristiano de estas festividades tuvo, seguramente, carácter agrícola. La última cosecha se...

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