'Una novela criminal'

AutorJorge Volpi

La mayor pasión de Alejandro Cortez Vallarta, cuando niño, eran los insectos. Nunca pensó que, como el protagonista de La metamorfosis, terminaría convertido en uno de ellos. De niño le gustaba salir al jardín de su casa en el Pedregal de Carrasco, en el sur de la ciudad, o a los parques y camellones de la zona, para observar las hormigas que ascendían en fila india por los troncos de los árboles, los escarabajos que se escudaban bajo las hojas secas, las orugas enrolladas en cámara lenta o las arañas que revestían a sus invitados antes de devorarlos. Su admiración por esas pequeñas criaturas no sólo lo llevaba a estudiarlas y analizarlas, sino a convivir con ellas; sin importar su especie -no entendía que a los demás les diesen asco o miedo- acariciaba sus lomos y antenas o los domaba con los dedos y luego los colocaba en la palma de su mano, atónito ante el cosquilleo de sus patas. Arañas y ciempiés nunca le parecieron peligrosos. La primera vez que vio un alacrán, jugueteó con él como de costumbre; el piquete le dolió como un demonio, pero tuvo la compostura suficiente para llamar a Locatel -no había ningún adulto en casa- y seguir las indicaciones que le dio un médico vía telefónica. Otro día, Yolanda, su madre, lo descubrió con las colas de dos alacranes bajo la nariz como si fuesen los bigotes de Salvador Dalí.

Tres años mayor que él, su hermano Juan Carlos no tenía aficiones tan arriesgadas; lo suyo era el deporte: primero el atletismo -llegó a ganar varias competencias de velocidad-, luego el futbol y, a partir de la adolescencia, los ejercicios y rutinas que repetía con disciplina militar en el gimnasio. Los dos acudieron a la primaria Tlamatini y a la Secundaria 15 de Marzo, donde había estudiado su tío Israel. Éste apenas le llevaba seis años a Juan Carlos, pero seis años en la infancia son un abismo: cuando Alejandro estudiaba los primeros años de la primaria, Israel ya había pasado a la secundaria. En su mejor recuerdo compartido, los tres regresan a casa en patines. Más que un tío, un primo o un hermano mayor, Juan Carlos y Alejandro veían a Israel como un amigo al que podían hacerle confidencias, atentos a sus consejos y chistes.

El temprano abandono de su padre, cuando Sergio era un recién nacido, los hizo aún más cercanos a la familia de su madre y en particular a doña Gloria, su abuela, quien se esmeró en cuidarlos desde pequeños. Juan Carlos soñaba con estudiar medicina, pero se le pasaron las inscripciones al Politécnico...

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