Las nuevas banderas

AutorRoger Bartra

La mitología política retrata a las izquierdas como la encarnación de lo nuevo. Por ello, no hay peor pesadilla para la gente de izquierda que la idea de que ha quedado rezagada y que no vive a la altura de los nuevos tiempos modernos y postmodernos. ¿Es la izquierda un fenómeno que se agotó durante el siglo que se acaba de ir? No lo creo, y sin embargo no me cabe duda de que las izquierdas arrastran muchos rasgos viejos que convendría enterrar. Esta situación ha hecho pensar que se están volatilizando los límites entre la izquierda y la derecha, sobre todo después de la quiebra y desaparición del bloque socialista. ¿Cómo entender ahora la sobrevivencia del "viejo" capitalismo y la derrota del "nuevo" socialismo?

Ciertamente, el tramo final del siglo 20 cambió el panorama político mundial. En primer lugar, es un hecho que el capitalismo tejió una inmensa red global, construida con la ayuda decisiva de los espectaculares avances científicos y tecnológicos en computación, genética, conductores, etcétera. En segundo lugar, ocurrió otro proceso: una formidable expansión de la democracia política en oleadas sucesivas fue barriendo del mapa de América Latina y de Europa las dictaduras de diverso signo. Así, las dictaduras fueron sustituidas por democracia en España, Grecia y Portugal primero, el cono sur latinoamericano después, el bloque soviético a continuación y, por último hasta México, justo antes de terminar el siglo 20.

Quiero brevemente hacer referencia a algunos de los aspectos más relevantes de los nuevos retos postmodernos que enfrenta la izquierda. La izquierda más radical se enfrenta a una erosión brutal de la esperanza en un progreso que debía conducir al capitalismo hacia un colapso revolucionario o, al menos, a una gran renovación encabezada por las fuerzas populares; en contraste, se han levantado a un primer plano las nuevas dimensiones de la política, las formas culturales de la legitimidad y las exigencias morales.

Podemos comprobar que la nueva cultura política ha erosionado la idea de revolución, en otra época tan cara a la izquierda, y que era la bandera que se enfrentaba a las típicas nociones derechistas que querían conservar el orden establecido y los privilegios tradicionales. Paulatinamente, la idea de revolución se está convirtiendo en parte de una cultura reaccionaria, es decir, de hábitos que reaccionan contra las nuevas tendencias democráticas. Se dirá, con razón, que las corrientes socialdemócratas ya habían hace mucho superado la tradición revolucionaria. Sin embargo, en muchas partes del mundo, especialmente en América Latina, se mantenía la ilusión de que era posible un tránsito cualitativo y revolucionario a una nueva situación, gracias al apoyo directo o indirecto del bloque socialista. Esa ilusión comenzó a derrumbarse en 1989, y hoy ya no queda mucho de ella. En México ya ni el subcomandante Marcos quiere llamarse revolucionario: prefiere ser rebelde.

El drama de la revolución que se convierte en símbolo retardatario lo hemos vivido de cerca, no sólo con nuestra revolución de 1910. El néctar de la revolución cubana, muy cercano al corazón de las izquierdas, se ha agriado ante la llegada de un Termidor antidemocrático inaceptable. El apoyo...

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