Nuevo año, misma guerra

AutorRoberto Zamarripa

Una recamarera de un hotel en Ciudad Juárez sacudió las sábanas del cuarto del comandante de la Policía Federal. Era la rutina con cualquier huésped. Pero los policías federales ya llevaban algunos días de huéspedes distinguidos en uno de los hoteles céntricos de la ciudad más violenta del país. Súbitamente, la mucama encontró fajos de dólares apilados en la habitación del comandante. No eran pocos como para ser viáticos. Eran muchos, suficientes para advertirle al gerente del hotel sobre el hallazgo.

El gerente hizo mutis. Más vale cobrar en silencio que alquilar los cuartos de rodillas. La Policía Federal, fortaleza moral de la lucha contra el crimen organizado, piedra angular de una batalla titánica decretada por la Presidencia de la República en el arranque del sexenio de la muerte, era inatacable. ¿Cómo denunciar que en el cuarto del comandante se apilaban dólares y dólares producto de la extorsión y de la complicidad con la mafia? La mucama, igual que el gerente, igual que el alcalde, igual que el gobernador, igual que... Todos callaron.

Al tiempo, fue detenido El Chamán, uno de los jefes policiacos federales encomendados a custodiar Juárez pero a la postre defenestrado por sus alianzas con el crimen.

La Policía Federal sólo habita hoteles. La estrategia del gobierno federal todavía no tiene resuelto el tema de los cuarteles especiales para estos efectivos.

Su estancia en cuarteles militares fue una pesadilla. En Chihuahua nunca fueron aceptados. Bueno, apenas unos días. Se les habilitaron algunas literas en la Zona Militar aunque siempre con desconfianza. Los policías eran más ruidosos que los soldados, pero eso no fue lo que detonó la inviabilidad de la convivencia. Total, siempre en las vecindades habrá un vecino escandaloso.

El problema mayor fue cuando en las inmediaciones del cuartel militar se guardaban autos robados. Sí, robados por los propios policías.

El asunto llegó a las reuniones del gabinete de seguridad nacional. El general secretario, Guillermo Galván, y el titular de la Secretaría de Seguridad Pública, Genaro García Luna, con toda la propiedad del caso, exclamaban sus quejas ante el Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas, el presidente de la República. Unos y otros negaban las acusaciones.

Una mala vecindad determinaba la mala coordinación. La Policía Federal no detuvo su marcha ni su presencia en Ciudad Juárez, relevó a los militares porque éstos eran acusados de abusos en derechos humanos y complicidades con un cártel. Los policías federales llegaron para pacificar pero terminaron por ser acusados de extorsión y de complicidad... pero con otro cártel.

El arbitraje llegó de fuera. El embajador estadounidense Carlos Pascual, un diplomático experto que se ha ido adentrando en el tema de la...

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