Nuevo orden mundial

AutorZoé Robledo

"Después de haber realizado tanto y alcanzado tan grande éxito, los Estados Unidos se encuentran ahora en ese punto histórico en que una gran nación está en peligro de perder su perspectiva de lo que queda exactamente dentro del reino de su poder y lo que está más allá del mismo".

Senador J. William Fulbright, presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado Norteamericano, 1966.

Primer impacto. Los testigos presenciales son contados, pero la magnitud del evento moviliza a todos los medios de comunicación existentes y la noticia recorre el territorio norteamericano, y después el mundo, a gran velocidad. La televisión convoca a la mayoría. Todos buscan respuestas en la pantalla chica. Televidentes y conductores se hacen uno en su confusión.

Segundo impacto. El objetivo es otro pero el resultado es el mismo. Esta vez es captado por millones de pupilas que observan, azoradas, el instante. La historia se despliega ante ellos no como un proceso, sino como un hecho específico del que son testigos en tiempo real. De uno y otro lado de la pantalla se lucha por encontrar contexto en medio del caos.

Los hechos ocurren en Dallas, Texas, la mañana del 24 de noviembre de 1963. Se calcula que había 20 millones de personas viendo la televisión cuando Jack Ruby asesinó a quemarropa a Lee Harvey Oswald, el hombre acusado de perpetrar el asesinato del 35º Presidente de Estados Unidos de América, John F. Kennedy.

Como un déj vu colectivo, 37 años después la historia se repetía. La mañana del 11 de septiembre del 2001, nuevamente, Occidente se sumergía en ese extraño sentimiento que habita entre la perplejidad, el miedo y el luto. Nuevamente, casi por instinto, fuimos recibiendo y haciendo la misma llamada telefónica: "prende la televisión, un avión chocó en una de las Torres Gemelas de Nueva York". Esas llamadas, multiplicadas, idénticas, fueron el preludio para presenciar "en vivo" el instante en el que una época se desmoronaba. El choque del segundo avión, el impacto emocional, una certeza convertida en conclusión: no es un accidente, es un ataque, el mundo va a cambiar.

El mundo antes del 11/9.

En su primera plana del 11 de septiembre de 2001, el New York Times consigna la historia del secuestro de un avión. Una nota del periodista C. J. Chivers, que entonces cubría la fuente del Departamento de Policía de Nueva York, describía el arresto de Patrick Dolan Critton, un profesor de 54 años acusado de haber secuestrado un DC-9 de Air Canada, con la ruta Ontario-Toronto, en diciembre de 1971. Dolan Critton había obligado, pistola y granada en mano, a que la aeronave cambiara su curso hacia Cuba. Tuvo éxito y logró evadir la justicia durante 30 años, hasta que la modernidad lo alcanzó. Una búsqueda de su nombre en Google permitió que la policía lo localizara dando clases en una escuela de Westchester, en el condado de Nueva York. Diez años después, la historia de Dolan Critton adquiere un nuevo significado. No se trataba de una premonición de lo que ocurriría ese día, ni la expresión cotidiana de una sociedad que vivía aterrorizada por el terrorismo. No. Simplemente fue una coincidencia. Una sociedad que se consideraba intocable, blindada, podía ilustrar, con el caso del secuestro de un avión, las ventajas de un motor de búsqueda en internet para resolver crímenes del pasado. Fue hace apenas 10 años, pero ese mundo previo al 11/9 hoy parece muy lejano.

Ese sentimiento de seguridad e invulnerabilidad duró exactamente 4 mil 324 días. Entre la noche del jueves 9 de noviembre de 1989 y la mañana del 11 de septiembre de 2001. 11 años, 10 meses, 2 días entre la caída del Muro de Berlín, el momento simbólico que marcó el fin de la Guerra Fría, la desaparición de un mundo bipolar y el 11/9. Fue la década en la que surgió el mito de Estados Unidos como una superpotencia, hegemónica y bondadosa; resuelta a utilizar nuevos mecanismos para promover la estabilidad, la democracia y el respeto por los derechos humanos más allá de sus fronteras y de sus intereses estratégicos. Eran tiempos de Bill Clinton. Según su consejera para política exterior, Nancy Soderberg, Clinton estaba decidido a "alcanzar nuevas formas de confrontación, usar la fuerza con prudencia y la diplomacia de manera eficaz". Eran épocas de grandes retos. El orden mundial caracterizado por el sistema bipolar era sustituido por el desorden: guerras civiles, conflictos étnicos, "Estados fallidos", narcotráfico, terrorismo internacional, propagación de enfermedades contagiosas y degradación ambiental conformaban la colección de amenazas que debían ser enfrentadas. El mejor ejemplo de que ningún tema prevalecía sobre los demás es que en 1998, cuando Clinton lanzó un ataque preventivo contra Osama Bin Laden, algunos críticos...

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