Oscura presencia

AutorFernando de Ita

Si el teatro es, en más de un sentido de la palabra, un misterio; uno de los grandes misterios del teatro es el público. ¿Por qué la gente va al teatro y cuál es la gente que lo hace? Son dos preguntas necias porque el rango de respuestas es innumerable.

Bien sabemos que el origen del teatro está en el rito, donde el oficiante y el espectador cumplen una misión específica a partir del lugar preciso que ocupa cada cual en el tiempo y el espacio sagrados. Por algo, los antropólogos clásicos del teatro moderno, como Jean Duvignaud, han estudiado el teatro desde la división del espacio que implica el acto de actuar, y la acción de ver, escuchar, sentir, pensar.

En el teatro griego, el público era una extensión de la acción dramática porque se contaba con él de antemano. Los padres de la tragedia occidental no escribían ni para sí mismo, ni para el gusto de la gente; lo hacían, como los primeros profetas, para que los hombres escucharan la palabra divina. Cierto que ya contaba el estilo, la fuerza, el efecto que su oratoria provocara en la emoción colectiva, pero la gente estaba ahí, primero que nada, para conocer el mensaje de sus dioses y para estremecerse con sus designios.

Cuando el teatro deja el espacio sagrado para volverse profano, comienza el interminable dolor de cabeza de los autores, los actores, los empresarios, para conquistar el inestable humor de sus congéneres. El teatro isabelino de Shakespeare y Marlow, y el teatro español de Lope de Vega y Cervantes, son dos buenos ejemplos de cómo el genio de un hombre no basta para llenar un teatro, porque sin la intuición y el olfato de estos autores para representar los intereses objetivos y los gustos subjetivos de su época, sus obras maestras no habrían llegado como tales a nuestros días.

Sería tonto decir que los grandes autores del renacimiento, la ilustración, el romanticismo, conocían mejor el alma, el corazón y el pensamientos de sus semejantes, que los autores contemporáneos, porque el efecto que logró su teatro sobre el público tiene mucho que ver con el hecho de que ese auditorio no tenía mejor lugar de solaz esparcimiento y reflexión que los teatros. Hasta el primer cuarto del Siglo 20, el teatro fue, como espacio físico y metafísico, el sitio ideal para dejarse ver y poner en acción el imaginario colectivo.

A finales del Siglo 20, el problema central del teatro era la ausencia de gente en las butacas. En México, los grupos de teatro de todo tipo se habían multiplicado como las...

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