Pachucos, los reyes de la noche

AutorRicardo Garza Lau

Fotos: Mariela Sancari

Portan vistosos trajes, dominan la pista de baile y buscan emular la personalidad del actor mexicano Germán Valdés "Tin Tan": Son los autodenominados pachucos, una tribu urbana cargada de nostalgia y basada en la fusión cultural entre México y Estados Unidos.

Los colores más chillantes que una tela puede adquirir desfilan por el escenario del Salón Los Ángeles; sombreros con plumas, pantalones holgados sostenidos hasta las costillas por tirantes, largos sacos con flor en la solapa, cadenas y esclavas doradas, relucientes zapatos bicolor... Es el concurso para elegir al pachuco más original.

Un fuerte abrazo de la cantante y actriz Laura León y 2 mil pesos en efectivo es la tentadora recompensa para el ganador.

"Lo importante no es sólo el atuendo, también la actitud", vocifera Pita, integrante del jurado, mientras una veintena de participantes modelan, hacen piruetas, mueven su cadera, lanzan besos y sonríen al público.

No hay límite de edad, así es que concursan desde muchachos de veintitantos hasta ancianos que pasan de los 70, como Leonel Salazar, profesor de un centro de desarrollo y rescate del danzón, quien lleva más de una década ataviándose de esta manera y cuya principal inquietud es revivir ritmos como el chachachá o el mambo.

"Dicen que para vivir la vida hay que hacer lo contrario a lo normal. Somos anormales, porque no cualquiera se viste así. Te subes al metro y hay gente que te tacha de ridículo, pero hay otros que dicen: 'qué bien te ves'", comenta Salazar.

"Te empieza un nuevo ego cuando te haces pachuco, porque tienes que ser ridículo".

"Chucho el Elegante" realiza un paso en el que los pies se deslizan hacia atrás, idéntico al de Michael Jackson, e "Iguana Pachucote" contonea su cabeza y mueve constantemente su sombrero. Pero eso no basta para que los jueces alcen la paleta con un número de dos dígitos.

Toca el turno al concursante de mayor edad, Luis Escobar, casi octogenario y pachuco desde 1955. El anciano recorre el escenario lenta y elegantemente. No hace aspavientos, no baila, ni siquiera se quita el sombrero. Sólo camina, pausado, con una delicadeza única. Llega frente a las juezas y les sonríe, pero su gesto no es coqueto, no conquista, sólo provoca ternura.

Al volver a su lugar, la multitud estalla a coro: "diez", y los jueces obedecen. Hay un ganador. Todos lo felicitan y él responde con la misma sonrisa.

La fiesta debe continuar, por lo que Caña Real (antes Cañaveral) pone a bailar a los...

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