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PÁNICO ESCÉNICO / Nostalgias de modernidad

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Vincent
AutorJosé Ramón Enríquez

Una cita de Barthes me ha rondado en estos días: "De pronto, me fue indiferente no ser moderno". La leí en la primera novela de Michel Houellebecq, Ampliación del campo de batalla, y estuvo presente a lo largo de lectura y reflexiones en torno a su última novela, El mapa y el territorio, de las que di cuenta en este espacio.

Ampliación del campo de batalla pone en la mira, con humor y crueldad más que ironía, el mundo de la informática, el de una técnica que se ha alzado con la monarquía de la inteligencia. Dice Houellebecq: "El liberalismo económico es la ampliación del campo de batalla, su extensión a todas las edades de la vida y a todas las clases de la sociedad".

No podría estar más de acuerdo y, sin embargo, algo rechina en los silogismos de eso que algunos llaman posmodernidad y que señalan a Barthes como uno de sus precursores. Lejano del estructuralismo (entre otras cosas por mi imposibilidad para manejar su jerga) no puedo dejar de señalar mi simpatía por Barthes y mi afinidad incluso con regiones fundamentales de su vida. De otra figura que toman como bandera los posmodernos, Michel Foucault, me siento aún más cercano. Pero no me siento capaz de hacer mía una frase como la de Barthes: "De pronto, me fue indiferente no ser moderno".

A pesar de ello, confieso que mi crítica de la modernidad ha buscado ser radical. Esto es, enfrentar su raíz misma: la Ilustración. Sin embargo, no creo que mi crítica de la Ilustración sea la de un posmoderno sino la de un barroco. La veo desde atrás, desde el espíritu del Renacimiento (Foucault me gusta porque lo veo pantagruélico, hijo de Rabelais), que se alimenta por igual de mística y de picaresca, hasta llegar a las playas de La vida es sueño de Calderón o al Primero sueño de Sor Juana. Me muevo pues en las fronteras de nuestros Siglos de Oro y en los espacios oníricos que tanto han molestado a neoclásicos, racionalistas e ilustrados.

Pero...

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