Pánico Escénico/ La explosión e implosión finales

AutorJosé Ramón Enríquez

Little boy se llamaba la bomba atómica que pronto cumplirá 58 años de haber destruido Hiroshima. Quienes hoy estamos en edad de tomar las decisiones de guerra o de paz, en lo doméstico y en lo mundial, entonces estábamos por nacer o recién nacidos en aquel 1945 de atómica memoria. De entonces para acá, como en El cuervo de Poe, nos hemos pasado la vida oyendo "nunca más, nunca más". Se ha evitado hasta hoy una tercera guerra pero no se ha dejado de matar y matar con fiebre y sin rubor. Si la Guerra Fría impidió la caída de otro Little boy, no pudo impedir nuestro desastre generacional en Vietnam. Luego, otra vez "nunca más, nunca más", pero detonando miles de littles-littles boys, encima de muchos países, o sembrando de minas los campos de cultivo. No hemos dejado de matar.

Pero hoy aumenta la sed de sangre. Parecería que mi generación ya considera justa y necesaria su propia guerra caliente, posiblemente con Little boy incluido. No es sólo Bush, ni sólo unos cuantos locos. Hay muchos más. Como si se tuviera envidia de las películas de los 50 y se quisieran borrar las críticas a los 60, parecería que los de mi generación quisiéramos, ¡ya!, el espectáculo brutal de la muerte. La destrucción en vivo y en directo. Y creo que de no detenernos seriamente, otra explosión como aquella de Hiroshima llegará tarde o temprano.

Mientras tanto, los jóvenes, a quienes acusábamos de trivializar la violencia a fuerza de jugar con ella, enfrentan ahora, con implacables reacciones, la desesperanza que les hemos heredado. Una de esas reacciones es la implosión: la implosión como réplica, la implosión como vía.

A la manera a Tatsumi Hijikata quien, después de Hiroshima, creó en Japón la danza butoh como grito de cuerpos no sólo devastados sino también deshonrados, aquí, en México, el teatro de algunos de nuestros jóvenes más brillantes parece recorrer un dolor y una desesperanza por nosotros imprevistos. A la retórica pequeño burguesa que sólo les quería enseñar cómo se inventan emociones para jugar con ellas al psicoanálisis, ahora sí, frente a la guerra, aceptado el desastre y sin salidas, nuestros jóvenes juglares la rebasan por mucho.

En estos días, Miguel Angel Canto ha creado, como actor, una corporal liturgia del dolor, conmovedoramente cercana al butoh, en Inframundo estado natural de inanición. Ya antes él mismo había propuesto, como dramaturgo, una desoladora liturgia del suicidio en su monólogo Problemas con el tiempo. Miguel Angel Canto, como otros...

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