Paraíso perdido / La otra danza de la realidad

AutorRafael Aviña

Un cine que fascina o irrita al espectador, a partir de algunas imágenes bellísimas e inquietantes, conseguidas por algunos de sus notables fotógrafos, Antonio Reynoso, Rafael Corkidi, Daniele Nannuzzi o Jean-Marie Dreujou.

A menos de una semana del estreno de su más reciente filme, La danza de la realidad (2013), una excesiva y en ocasiones esperpéntica visión catártica de su propia vida y su labor fílmica, su película más intrigante y tal vez la mejor realizada y menos difundida, Santa sangre (México-Italia, 1989), cumple 25 años, desde su estreno en Cannes, inspirada libremente en un icono de la más brutal cultura popular mexicana: Goyo Cárdenas, el criminal de Tacuba.

De Fando y Lis (1967), su primer filme, a Santa sangre, existe un avance escandaloso. Aquí, la sangre fluye como torrente en cuellos, pechos, abdómenes, brazos o trompas de elefante, como recordatorio de tantos casos de nota roja acumulados en el inconsciente popular mexicano. Sangre transformada en pintura rojiza y acuosa estancada en una suerte de fuente sacra, consagrada a Santa Lirio: mártir sin brazos, violada y asesinada por dos hermanos.

Santa Lirio es la obsesión de Concha (Blanca Guerra), fanática religiosa y trapecista histérica y sexualmente reprimida, que contrasta con la vulgar sensualidad de la Mujer Tatuada (Thelma Tixou), que hace enloquecer de deseo a Orgo (Guy Stockwell), el gringo propietario del pequeño circo en el Centro Histórico de la Ciudad de México. El alcohólico lanzador de dagas, marido de Concha y padre de un niño temeroso, Fénix (Adán Jodorowsky/ Adanowsky), que halla en la magia y en la compañía de Alma (Fabiola Elenka Tapia) -una niña sordomuda- un escape a ese su universo sobrecargado de imágenes religiosas, sexo furioso y risotadas de enanos y payasos. Un mundo donde Concha, cegada por los celos, quemará con ácido la virilidad de su marido, quien le arranca los brazos.

La cinta inicia de hecho en un hospital...

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