ENTRE PARÉNTESIS / El estrecho Behring

AutorDavid Martín del Campo

Las meseras del restaurante Los Arcos lo recuerdan. Era un turista impasible, entre tantos que llegan al zócalo de Cuernavaca. Llegaba temprano a desayunar y permanecía un rato observando el movimiento en la plaza. Cuando el 23 de julio su fotografía dio la vuelta al mundo, las empleadas quedaron sorprendidas. Pero si se veía tan tranquilo, aseguraron.

La atrocidad de Anders Behring Breivik será referente obligado de los fanáticos del futuro. En otros tiempos hubiera recibido la cruz gamada por su contribución a la preeminencia de la raza aria. Su imagen relucirá entre las esvásticas y la isla de Utoya será recordada como la gesta que inició la reconquista del Walhalla.

Pureza de sangre. El concepto se renueva generación tras generación porque siempre el "otro" es el impuro. El negro, el indio, el "gook", el sarraceno, el indocumentado, el judío. La invención de los nacionalismos resultó el mejor argumento xenofóbico. De los pogromos en la Rusia zarista a los hornos de Auschwitz, de la matanza de Cholula a Wounded Knee. El ideal de los racistas no es una campaña de posiciones, sino la guerra de arrasamiento.

¿Qué había en la cabeza del estrecho Behring hasta el viernes 22 de julio? Es muy cómodo reducirlo todo a un cuadro de "locura", como han tratado de eximirlo sus abogados. La carnicería emprendida por este misántropo de 32 años tiene algunos parangones multihomicidas que caen, esos sí, dentro de la clasificación psicopática. Contra lo que se pudiera pensar, el odio de Behring no estaba dirigido hacia los muchachos del Partido Laborista que acampaban en esa isla vacacional, sino contra la inmigración islamista, según se desprende de su manifiesto enviado previamente a la masacre.

El asunto, que ya se da en llamar "la Europa del odio", se hace presente desde hace un cuarto de siglo, cuando aquel continente comenzó a ser asaltado, materialmente, por una ola de migrantes árabes y africanos. Eso se ha complicado con la tasa de natalidad de los europeos "originales", que es casi nula, frente a los prolíficos advenedizos. No por nada la canciller alemana, Angela Merkel...

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