Entre Paréntesis / Guevara tensa músculos

AutorDavid Martín del Campo

La sonorense Ana Guevara ganó su hit eliminatorio en la prueba de los 400 metros. Desde el desayuno había sido el tema del domingo porque a ver si con su casta ganamos, por fin, una medalla en la Olimpiada de Atenas. Ana Gabriela hizo algo más de 50 segundos, lo que la coloca como una de las favoritas para ganar la prueba y convertirse en la heroína del deporte nacional. Una medalla para México, al menos, porque el honor nacional está en juego.

La ilusión, como cada cuatro años, vuelve a invadir el alma nacional. Que alguien enarbole los patrios pendones y al mostrarlos al mundo demuestre la bravura atlética de nuestra raza. Que alguien nos saque la espina. Que alguien cumpla la revancha. Que alguien gane y renueve el orgullo que alcanzamos con el clavadista Joaquín Capilla en Melbourne 1956, con el retraído Felipe "Tibio" Muñoz en México 1968, con la fortachona Zoraya Jiménez en Sidney 2000. Que alguien gane, sí, porque los mexicanos estamos cansados ya de tanto perder.

La "cosecha de medallas" nos tiene por los suelos. De seguir así las cosas podremos alimentar el proverbial pesimismo mexicano, sí, ¡que viva mi desgracia y váyanse a la jijurria todos los triunfadores hijos de Hermes! "Al fin que lo hacen con trampa... los jueces los favorecen porque son güeritos... qué chiste, si desde chiquitos entrenaban en el gimnasio...".

Permitámonos una reflexión personal para averiguar el porqué de esos nefandos designios persiguiéndonos en cada oportunidad olímpica. Para comenzar, reconozcamos que nunca fuimos destacados futbolistas.

Tuvimos nuestro baloncito de cuero, sí, y aunque medio ovalado por la humedad nos permitía jugar mínimas "cascaritas" en el patio de casa. Luego vino la etapa ciclista, a bordo de una Bimex de rodada 20, en que recorríamos el barrio entero acechados por los perros callejeros. Después llegó la etapa del beisbol, en que la verdad logramos destacar un poco. Jugábamos con manoplas y bola dura, pero un poco como leprosos porque debíamos usar las canchas de futbol cuando estaban desocupadas.

Hubo también una época de natación -cuando la familia tuvo recursos para pagar el club deportivo-, pero nunca aprendimos a respirar con holgura y había que detenerse en cada vuelta de la piscina. La época de excursionismo (que no contabiliza en términos olímpicos) nos proporcionó experiencias inolvidables y fatigas de dormir el domingo entero. Luego llegó el frontenis, en que endurecimos los bíceps, y el boliche, con el que suspirábamos...

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