Entre Paréntesis / Lecciones para el uso del paraguas

AutorDavid Martín del Campo
  1. - Todos hemos tenido un día de cólera bajo la lluvia. Aquella vez tiritando con los hombros empapados, la ocasión en que debimos cambiar la llanta ponchada, la tarde luego de la secundaria amparados horas y horas en un portal anónimo. Es cuando surge la gran pregunta estúpida: "Demonios, ¿por qué habré dejado el paraguas en casa?".

  2. - Cada año extravío un paraguas, o dos. El último lo perdí una noche de ruido en el Sixties. Otros los he dejado en casas de amigos, en el vagón del Metro, en un taxi con prisas. Hasta pareciera un deporte de temporada, ése de perderlos. Así que me resulta mejor adquirirlos de dos en dos, fabricados en China, al fin que nos acompañarán tan sólo por unas semanas. Y es que un paraguas nos permite recuperar la dignidad bajo el aguacero. Mirar con cierta conmiseración a los desprevenidos que buscan salvarse bajo el periódico doblado. Ah, qué tiempos aquellos en que el sombrero era obligatorio y nos ahorraba el resfriado. Por eso el paraguas se ha significado como la bendición de los errantes, pues nos permite llegar secos, más o menos secos, a la cita donde nos empaparemos de palabras.

  3. - Los paraguas de Cherburgo -la singular película de Jaques Demy- no son muy distintos de los de Mérida, que se usan más como sombrillas para el sol caliginoso del trópico. Mary Poppins, como brujita buena, viajaba con su paraguas mágico y Gene Kelly se inmortalizó danzoneando feliz, paraguas en mano, en su inmortal película Cantando bajo la lluvia. Los paraguas, además, son un símbolo versátil: los surrealistas los pusieron a hacer el amor con una máquina de coser, y cuando vienen impresos en la guía de turismo significa que vamos a llegar mojados a todos los museos.

  4. - Deberían fundar el cementerio de los paraguas. La mitad de ellos provendrían del imperio británico y su intermitente chipi-chipi. Ahí estaría el paraguas de Gandhi (que lo acompañaba siempre), el de Churchill, el de Chaplin y el de Virginia Woolf, que no le sirvió para guarecerse de la última tempestad interior. Un panteón lleno de varillas y mangos quebrados. El paraguas con que jugábamos a los espadachines y el paraguas aquel que propició nuestro primer romance, bajo la lluvia cómplice, al obligarnos a compartirlo del brazo.

  5. - Alguien inventó la chamarra con capucha, que pomposamente bautizaron como "rompevientos", y que en España llaman a lo directo "chubasquera". Las mangas ahuladas (o "ponchos") son bastante comunes en el campo, aunque requieren como...

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